14/09/2014


Aquí, con Gustavo Cerati

Rolando Lugo es músico y fanático. ¿Se puede ser otra cosa cuando se conoce la música de Gustavo Cerati?


C

orría el 1990 y a solo meses de lanzar el disco Canción Animal, Soda Stereo ofreció un concierto en la Plaza Dársenas del Viejo San Juan. El evento fue gratuito ya que formaba parte del cierre de una gira de verano de una conocida marca de cigarrillos. Soda Stereo, la primera banda de rock latinoamericana en internacionalizarse, escenificó una de sus mejores entradas al escenario, cruzando la bahía de San Juan en un bote que al igual que su tema Hombre al Agua los traería a puerto seguro. Allí centenares de fans y curiosos esperaban por ellos, pese a que en Puerto Rico apenas se comenzaba a escuchar su música.

Los descubrí dos años antes y la primera vez que los escuché quedé cautivado por el disco Ruido Blanco, grabación que recogía en directo los principales temas de sus primeros tres discos Soda Stereo (1984), Nada Personal (1985) y Signos (1986). Así que con la mezcla de la furia y la inocencia de un adolescente, los esperaba con ansias, y por espacio de dos horas me dediqué a estudiar todo movimiento, sonido, ritmo e interpretación. Sabía que ante mis ojos estaba algo más que un grupo de chicos rockeros, estaba ante un grupo de latinoamericanos visionarios, con claras posturas tanto estéticas como sonoras. Definitivamente esto no era un burdo intento de tocar rock, Soda era una banda tan real e impresionante como las que solía ver y escuchar en MTV. La única diferencia era que cantaban en español.

Portada Soda Stereo

Así lucía Soda Stereo cuando cantó en Puerto Rico en el 1990. En esa gira, la primera banda de rock latinoamericana en internacionalizarse promovía este disco.

En aquella noche de agosto, Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti tocaron temas de su extensa discografía en particular del disco Doble Vida, grabado en New York y producido por el puertorriqueño Carlos Alomar. Además, presentaron en exclusiva varios temas inéditos – para aquel momento – del disco Canción Animal incluyendo la consagrada Música Ligera. Canción Animal saldría a la venta varios meses después convirtiéndose tal vez en el disco más importante de su carrera. Esa noche interpretaron sobre una veintena de temas como La Ciudad de la Furia, Lo que Sangra (la Cúpula), En el Borde, Persiana Americana, Prófugos y Juegos de Seducción, entre otros.

Una vez concluido el concierto tuve la oportunidad de acercarme hasta un salón donde Soda se confundía entre fans, personalidades de la farándula y ejecutivos de la industria musical. Luego de compartir un buen rato con el baterista del grupo, Charly Alberti, me comentó que al día siguiente estarían realizando la grabación de un programa de variedades y que tratara de llegar hasta allá.

Esa noche prácticamente no dormí y al día siguiente se dio el primer encuentro con Gustavo o como cariñosamente le decimos sus fans, Gus.

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L

a grabación se llevó a cabo en un estudio de Telemundo, sin público. Solo estaban allí los que tenía que laborar, alguno que otro allegado, el equipo de trabajo de Soda y uno que otro fan que al igual que yo por alguna amistad o conexión habíamos logrado acceso. A diferencia de la noche anterior Soda hizo su entrada al frío estudio de una manera sencilla, pero sin pasar desapercibida, especialmente para mi. Mi reacción inicial fue Man, keep it cool y desde una distancia considerable observé el proceso de la grabación.  Y como si se hubiesen tele transportado del video clip de Música Ligera, tomaron sus instrumentos y doblaron las pistas de los temas Lo que Sangra (la Cúpula) y Música Ligera.

Ante mis ojos Gustavo era como un dios bajado del reino del Rock ‘n’ Roll

Entre tomas, pausas y varias repeticiones de la canción Lo que Sangra (La Cúpula), me acerqué a Charly y nos saludamos. Charlamos de batería, ritmos, arreglos de canciones de Soda y bateristas famosos como Stewart Copeland (The Police).  Cuando el director de piso le pidió a la banda que regresara al set para continuar la grabación, Charly me permitió estar más cerca de ellos para que lo viera y escuchara. Como músico obsesivo aproveché la cercanía para absorber todo lo que pude y una vez culminada la grabación se dio el primer encuentro con Gus.

Ante mis ojos Gustavo era como un dios bajado del reino del Rock ‘n’ Roll. Estética impecable y una mezcla de soberbia con toneladas de actitud y una presencia que como reflector anunciaba a una milla de distancia “hey, mundo, yo soy un artista de rock”. Impactado, me llené de valor, me acerque y le hablé. Para mi sorpresa me topé con un tipo que a pesar del manto de estrella que merecidamente, llevaba puesto, fue muy casual, accesible y amable. Conversamos brevemente, pero me sentí escuchado y atendido. Luego de los elogios a los que él estaba ya muy acostumbrado, me firmó un autógrafo y platicamos acerca de su inspiración a la hora de escribir letras y canciones.

“Me inspiro en las mujeres”, me dijo muy a su estilo. Pero claro, como no todo es sexo, alcohol y rock ‘n’ roll, al preguntarle por el significado del tema Final Caja Negra, uno de mis favoritos, me miró y me dijo contundentemente, que la canción trataba acerca de “salir de la depresión”.

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D

iecisiete años más tarde y con cuatro discos solista post Soda Stereo, nos volvimos a encontrar en el aeropuerto internacional Luis Muñoz Marín. El Gustavo que viajaba solo con su manejador, sin un batallón de asistentes, ni guarda espaldas, salió del gate como otra persona más, era uno más. Lucía mayor, incluso cansado. La estética del “Rock Star larger than life” se había transformado en un estilo “post grunge”, un tanto más relajado, casual, pero aunque la modernidad se hubiese apoderado de él, ese aspecto de Dionisio del rock, aún resaltaba en su aura.

Gustavo Cerati por Benetucci

La estética del “Rock Star larger than life” se había transformado en un estilo “post grunge”, un tanto más relajado. Aunque la modernidad se hubiese apoderado de él, ese aspecto de Dionisio del rock aún resaltaba en su aura. / Foto Damián Benetucci/ sodastereo.com

Al igual que la primera vez traté de mantener la compostura y no lucir “muy fan”, pues después de todo estaba allí para tratar de coordinar una entrevista para un programa de rock en el cual colaboraba. Tenía bien presente el no abordar el tema del rumor que corría acerca del regreso de Soda Stereo, pues sabía la contestación, Gustavo lo volvería a negar como tantas veces había hecho ya. Decidí concentrarme en dejarle saber lo que él y su música significaban para mí, elogio que recibió con mucha humildad. Este ya no era el chico de Canción Animal, este era el hombre consciente de su capacidad de tocar vidas, hacer fluir emociones, crear nuevas posibilidades. Platicamos acerca de la entrevista que le quería hacer y le pidió a su manejador que me permitiera acceso a la prueba de sonido que llevaría al día siguiente. Jamás imaginé que esa sería su última presentación en Puerto Rico.

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E

l 27 de abril de 2007 dos seres dentro de un mismo cuerpo ocupaban una silla del Coliseo Roberto Clemente. Uno, el profesional, tratando de mantener el cool factor, no llamar mucho la atención, no poner en riesgo la gran oportunidad que tenía ante sí, el otro, loco por subirse a la tarima y decir: “Hey Gus, yo toco la batería. ¿Te molesta si me siento tras los tambores y junto a tu banda tocamos dos o tres rolas de Soda, como El Rito, Ella usó mi Cabeza como un Revolver o mejor aún, Prófugos?”. Naturalmente, el profesional imperó.

A finales de los ochenta, cuando la música estaba polarizada y dictaba tu condición social – Rockeros vs. Cocolos, Lavoe vs. Bon Jovi -, Gustavo y Soda Stereo marcaron un antes y un después

Esa tarde Gustavo tocó prácticamente todas las canciones que esa noche interpretaría, pasándose del tiempo estipulado para la prueba de sonido. Una vez concluida nos volvimos a ver, rápidamente me reconoció y se disculpó por no poder concederme la entrevista en ese momento. Me comentó que hacía mucho no tocaban y habían aprovechado la prueba de sonido para “ensayar” y que ya era hora de regresar al hotel para comenzar los preparativos del concierto. Antes de despedirnos me concedió de una manera muy cordial grabar un saludo para el programa en el que colaboraba. Me pareció justo y el “yo” profesional quedó satisfecho, pero quien se llevó la mejor tajada fue el “yo” personal, quien pudo experimentar un estallido de emociones que solo pueden ser comprendidas por pares que sienten lo mismo por la música de Gustavo y lo que él representa para nuestra generación.

A finales de los ochenta, cuando la música estaba polarizada y dictaba tu condición social – Rockeros vs. Cocolos, Lavoe vs. Bon Jovi -, Gustavo y Soda Stereo marcaron un antes y un después. Ciertamente los rockeros podíamos sentirnos muy identificados con el mundo anglosajón pero carecíamos de héroes cercanos a nosotros. Músicos de rock que sintieran, padecieran, amaran y se rebelaran en español. Después de todo los cocolos tenían a Maelo y nosotros, los amantes del rock, no teníamos a nadie que pudiéramos llamar, genuinamente, “nuestro”.  Eso cambió. Ahora nosotros tenemos -y siempre tendremos- a Cerati como un “disco eterno moviéndose en tornasol”.

Rolando y Gustavo Cerati (2007)

Rolando Lugo y Gustavo Cerati en el 2007. Suministrada / Rolando Lugo

 

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