06/09/2014


Collar de luz sobre el mar

Recordatorios de un pasado previo a la llegada del GPS, los quince faros de la isla sobreviven como pueden. Norma Castaldi rescata su esplendor


S

entada en su casa en Bethlehem, Pensilvania, la puertorriqueña Norma Castaldi alimenta su infinita curiosidad por los faros. “Ahora estoy leyendo un libro sobre la creación de los lentes de Fresnel que está interesantísimo”, revela sobre la historia previa a que el francés Agustín Fresnel creara los lentes que posibilitaron un mayor alcance a la luz conque se rompe la oscuridad en el mar.

Son otros tiempos. No existe el GPS, herramienta de dirección que hasta los teléfonos móviles incluyen hoy, de modo que la luz del faro es -muchas veces- la ayuda que guía y evita choques contra, por ejemplo, arrecifes, durante la travesía nocturna de un barco.

“Cada faro tiene un lente y estos lentes tienen diferentes distancias a las que puede verse su luz”, menciona Castaldi, autora del libro Los faros de Puerto Rico, que presentó en la Isla a inicios de este año y del cual ayer domingo (7 sept)  firmó ejemplares en la librería Moravia en Pensilvania.

“Estos lentes tienen diferentes distancias en que pueden verse, algunos llegan hasta quince o 18 millas, y eso guíaba a los marineros en el pasado. El primer lente que se puso en Puerto Rico no era de Fresnel, se compró en Nueva York”, asevera sobre uno de los quince faros con los que contó nuestra isla.

Dicho lente se ubicó en el primer faro que funcionó aquí, el del Castillo San Felipe del Morro. En el 1846, cuenta Castaldi, el faro era una torre de metal que se confeccionó en Nueva York y que los vientos y el salitre destruyeron. “Entonces construyeron otro en el Bastión de Ochoa en el Morro y de ahí en adelante siguieron ubicándolos alrededor de la Isla. Si de noche mirabas los faros encendidos parecían un collar de luz sobre el mar”.

Si de noche mirabas los faros encendidos parecían un collar de luz sobre el mar

El faro suele estar en los lugares más peligrosos. “En Arecibo había por los arrecifes de la zona o, por ejemplo, en Vieques había un sitio donde se hundían muchos barcos y por eso hay dos faros Mulas y Ferro”.

El chorro de luz variaba. El foco de algunos faros se mantenía intermitente mientras que otros estaban encendidos toda la noche.

“El faro contaba con una lámpara que giraba sobre sí 360 grados. Tenía un número de minutos fijos, unos cuatro, otros ocho, y así los marineros sabían cerca de qué faro estaban. La intermitencia la determina el lente de Fresnel, hecho especialmente para eso”, propone.

Faro Morrillos

Torre del Faro Morrillos en Cabo Rojo. / Suministrada

“Casi todos los lentes de Puerto Rico eran de tercer orden menos el del Morro y el de Mona que fue exhibido en la Feria Nacional de Francia en el 1867 antes de llegar a Puerto Rico. Ahora está en la Guardia Costanera”.

La autora señala además que los lentes de Fresnel ubicados en los faros boricuas tenían un diámetro de tres pies y medían entre 4 pies y 7 pulgadas de alto. Los faros pequeños tenían lentes de quinto y sexto orden y menciona como ejemplo el de Guánica y Arroyo.

Entre los más grandes, dice, están el del Morro, Punta Tuna y el de Mona. Éste último solo tiene cincuenta pies su torre pero está situada muy alto sobre el nivel del mar

Castaldi ha visitado todos los faros de la Isla y a cada país que viaja aprovecha para visitar alguno. Le atraen sus lentes y si son de Fresnel mejor.

“Son bellísimos. Tienen una serie de prismas uno sobre el otro y algunos llegan a tener hasta mil pedazos. Todos estaban calibrados de tal manera que daban una luz exacta siempre. Son pesadísimos, pero más livianos que los que se hacían en la época, y algunos valen hoy más de un millón de dólares. Los que hay aquí los trajeron por barco; el de primer orden puede llegar a medir diez pies de alto”, expone y menciona que su creador fue ingeniero de puertos y dio con ellos intentando mejorar el sistema de iluminación marítimo.

“Al poner los prismas uno junto al otro se concentraba la luz de tal manera que se veían a una distancia mayor. Lo único que impedía que se viera más lejos era la curvatura de la Tierra. Yo estoy fascinada; los que he visto son una obra de arte, la refracción de la luz es como un arcoiris”, dice sobre las piezas exhibidas en distintos museos estadounidenses.

Al poner los prismas uno junto al otro se concentraba la luz de tal manera que se veían a una distancia mayor. Lo único que impedía que se viera más lejos era la curvatura de la Tierra

Los lentes había que pulirlos todos los días porque se ensuciaban con el humo que producía la incandescencia de la vela. “Se limpiaban con un paño suave para sacar el polvo, luego con vinagre y después había que brillarlos”.

Pero no se aseaban solos. Esta era una de las múltiples labores de los torreros.

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C

astaldi señala que en el 1876, la Comisión de Faros de Puerto Rico pidió al gobierno del Morro que le permitiera tener una escuela para torreros. Allí éstos aprendían el sistema de medidas en metros, a llevar la bitácora diaria que daba cuenta de los movimientos de los barcos en la zona y el mantenimiento no solo de los lentes sino de toda la estructura que albergaba el faro.

El turno nocturno requería que se mantuviera encendido el faro desde que caía el sol hasta que salía en la mañana. Para ello, señala Castaldi, alrededor de 1866 usaban aceite de ballena en las lámparas que debían mantenerse llenas de éste. “Era el más barato que se conseguía”, expone la autora.

Los torreros a veces participaban en la construcción de la estructura del faro. “Algunos se hicieron en ladrillo como el de Culebra. Alquilaron una máquina especial para moler los caracoles con los que se hicieron los ladrillos del faro. Ya para el 1936 los torreros ganaban alrededor de $42 al mes y, de eso, tenían que comprar su uniforme”. En algunos casos vivían en casitas cercanas al faro.

Ya para el 1936 los torreros ganaban alrededor de $42 al mes y, de eso, tenían que comprar su uniforme

Atención era una de las cualidades más apreciadas. Castaldi toma como ejemplo el episodio del que dan cuenta los historiadores locales sobre la invasión estadounidense a la Isla en el 1898. El torrero del faro de Guánica, Robustiano Rivera, fue el primero en avistar la llegada de los barcos americanos a la bahía de dicha zona y en avisarle al alcalde de Yauco, Atilio Gaztambide.

“Él estaba calibrando cuando se dio cuenta de que había cañoneros en la bahía. Ese faro de Guánica tenía un lente de sexto orden”, detalla.

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E

ntonces llegaron los GPS y los focos eléctricos. La escritora señala que hoy los faros no tienen ninguna función oficial aunque los que están habilitados tienen focos “bastante potentes”.

Faro en Puerto Rico.

“Los faros se ubican en lugares peligrosos”, menciona Castaldi. / Suministrada

“Ahora hay que conservarlos por el interés histórico. Entre el 1974 al 1978 la Guardia Costanera fue dándolos de baja, el último fue a inicios de los ochenta. Guardaron los lentes de Fresnel y ahora están pendientes solo del funcionamiento de los focos”, indica sobre la agencia federal.

“Son edificios tan bellos y se van deteriorando tanto. Me da pena pensar que en diez o quince años, en vez de tener seis faros en el Doomsday List (en la que la revista Lighthouse Digest compila los faros en malas condiciones) vamos a tener como diez. No hay dinero en las arcas para mantenerlos”, lamenta y menciona entre los más que le preocupan el Cardona en Ponce, el Ferro en Vieques y el Punta Tunas en Maunabo.

Emocionada relata un viaje a isla de Mona ya que “desde que salí de Mayagüez se veían los lentes del faro de Rincón y el de Cabo Rojo”. “Esos operan todavía”.

“Estaría leyendo de este tema por siempre”, confiesa Castaldi quien tiene en la mira encontrar los planos que el ingeniero francés Gustave Eiffel realizó a petición del Rey de España en el 1885 para construir el Faro de Mona, los cuales no se utilizaron por la alta inversión económica que requería el proyecto.

“Están desaparecidos. Deben estar en Francia o España. Sería un buen libro detectivesco”, opina.

Castaldi enumera los mayores enemigos de los faros: el vandalismo, los huracanes y el olvido. Si de ella depende, el ataque del último no será mortal.

 

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