22/08/2014


Encuentro: 1

Alerta: Un doppelgänger -copia idéntica de un humano vivo que en ocasiones anticipa su muerte- encontró a la reportera Mía Suárez. Desde entonces a ella vive pegada


L

as sombras, las palmas, los estacionamientos sobran cuando los reporteros  y fotoperiodistas vamos a la playa. Los policías y las enfermeras nos entienden; nuestros días y horas libres viven en otro calendario.

Por eso no tuve prisa en llegar. El mar, la arena y el silencio serían todos míos sin pagar un centavo.

Sacaba la silla de playa del baúl del carro cuando el vendedor de agua regresaba de su recorrido del mediodía por la orilla.

-Pide que hay. No tienes sed ahora pero tendrás después porque el sol está que pica. Me voy a buscar clientes en el tapón porque aquí no hay nadie, me advirtió.

Le hice caso. Compré agua. Escogí una sombra que no se alejara de mí demasiado en la próxima hora. Abrí la silla. Solté la cartera y la toalla. Me quité los pantalones cortos, la camisilla. Me puse el bloqueador solar -por aquello de la multiplicación de las pecas y la llegada anticipada de arrugas-  me solté el moño. Me quité las sandalias. Me zambullí contra una ola. Mi bikini no me traicionó.

En el mar te sientes minúscula. Eres otro grano de arena, la diferencia es que tú hablas.  Si flotas oyes las olas y miras el cielo, entonces tus problemas se sienten menos inmensos. Lo que debes, lo que careces, lo que no quieres, se esfuma por un rato. Lo que te obsesiona también. La soledad es irreal. ¿Quién la siente acompañado de tanta agua que no te deja como hacen otros? Como hizo otro cinco años después de la promesa de amor eterno que me juró.

En el mar te sientes minúscula. Eres otro grano de arena, la diferencia es que tú hablas

Algo rozó mi espalda. Quién eres, qué quieres. Nadie era, solo la soga que marcaba el límite para los bañistas que no saben nadar, esos para los que el mar es su enemigo.

El trance se esfumó. Caminé a la orilla arañando el mar con la punta de todos los dedos de mis manos. Saboreé la sal en mis labios mientras me secaba el cuerpo con la toalla. La silla me esperaba pero cambié de plan. También la sombra me aguardaba fiel. Tenía unos cuarenta y cinco minutos para disfrutar antes de que cambiara de lugar. Estiré la toalla húmeda dispuesta a saldar la deuda de sueño que tenía con mi cuerpo. Sabía que se ensuciaría con arena pero no me molestó.

Una mente silente podría ser un regalo ante aquel escenario. Los párpados me pesaban, las olas iban y venían, no había cierre, nadie pedía una nota web, la brisa paralizó mis pensamientos.

Abrí los ojos por una de dos razones: el sol me quemaba sin piedad luego que la sombra decidiera irse o la mirada de ella me tocaba. Da igual porque desperté.

El sol me cegaba, aunque no tanto como para darme cuenta de que casi me miraba en un espejo. Frente a mi estaban mis ojos, mi pelo, mis hoyuelos en los cachetes y, como miraba de abajo hacia arriba, hasta la cicatriz que me dejó en el mentón mi primera trillita en bicicleta.

Una mujer físicamente igual a mí estaba parada ante mí. Recordé a mi tía enumerando los efectos de una mala digestión en la playa, en su intento por evitarnos el mal rato de entrar al agua acabando de comer. Ninguna de las calamidades incluía contemplar cara a cara a tu doble.

-Lo que me faltaba, ahora alucino, dije en voz baja.

-O no, dijo la alucinación con una voz grave, como de mujer que hace siglos no dice ni pío.

Entonces metió el pie en la arena y levantó un poco. El viento la llevó directo a mis ojos.

-Qué te pasa a ti, le grité aunque la última palabra casi me la comí porque temí hablar con alguien que no existe.

Nadie puede ser idéntica a mi porque no tengo gemela. Yo, Mía Suárez Díaz, reportera, divorciada y con mil preguntas a las que buscarle respuestas en esta vida, soy única. De eso estoy segura.

Yo, Mía Suárez Díaz, reportera, divorciada y con mil preguntas a las que buscarle respuestas en esta vida, soy única

-Al fin te encontré, dijo la alucinación a la que, por nombrarla de alguna manera le dije “Misma”.

“Pide que hay: agua pal sediento, platanutres pal hambriento y cariñito pal Ceniciento”, cantaba el vendedor de agua que volvía a la carga conmigo, su única cliente en la playa.

-¿Quiere agua miss? Uy, qué susto, ví como un celaje que pasó por aquí.

-¿Se fue?, pregunté.

-No, dijo Misma con una sonrisa sentada en mi silla de playa vacía.

Maldita sea, también tiene mis hoyitos en los cachetes.

 ILUSTRACIÓN: A.G. TORRES

*Advertencia: Pura ficción. No inspirado en la vida de nadie. 

 

 

 

 

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