30/03/2015


Hasta el año que viene

Sabor a aniversario tuvo esta 25ta edición del Heineken JazzFest. Aquí un poco de la última jornada del 2015


E

l boricua Giovanni Hidalgo, el dominicano Michel Camilo y el cubano Arturo Sandoval tocan juntos en tarima. Ahí está el Caribe. El trío combina sonidos y acentos con la misma suavidad que el Mar Caribe nos lleva y trae por sus islas.

De intercambios se trata el jazz: de sonidos, de energías entre músico y público, de voluntades. De intercambios también se trata el Puerto Rico Heineken JazzFest que con esta edición celebró 25 años superando la expectativa de un público que sabe, pide y disfruta.

El junte de Hidalgo, Camilo y Sandoval sucedió durante la intervención de la PRHJF 25th Anniversary Presentation que convocó en distintas instancias a experimentados músicos que han tomado parte del JazzFest. Esa presentación cerraba la jornada musical celebrada entre el jueves 26 y el domingo 29 de marzo en el Anfiteatro Tito Puente, con la animación del actor Braulio Castillo.

Antes de eso llegó otro maestro, Eddie Palmieri con su Afro-Caribbean Jazz Septet integrado por Vicente “Little Johnny” Rivero, Luques Curtis, Louis Fouche, Anthony Carrillo, Camilo Ernesto Molina y Jonathan Coleridge.

Interpretaron piezas de la autoría de Palmieri -dueño y señor del escenario con solo pisarlo, a juzgar por la devoción del público- como son  Crew, Vanilla Extract, Bolero Dos, Libertad y Comparsa.

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Palmieri explicó la procedencia del Blues, ese lamento del pueblo africano retirado a la fuerza de su continente, y lamentó que la incursión del tambor al jazz fuera vista con sospecha en principio, al relacionarse con las clases bajas.

“El mundo entero necesita el tambor. El tambor marca el pulso de mi vida”, afirmó el pianista.

Después el veterano bajista italiano Giovanni Tommaso celebró que por tercera ocasión se presentara en el festival de jazz boricua. Con su Consonanti Quartet , compuesto por Mattia Gigalini, Enrico Zanisi y Nicola Angelucci, interpretó Teatro Studio, SOS, Orizzonte, y Euphoria, pieza con la que confesó “bordearía el latin jazz, que es muy difícil de lograr”. Luego condensó, Profumo di Donna -utilizada en el filme Scent of a Woman– y ofreció su tributo a Federico Felinni con La Dolce Vita.

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Al finalizar su presentación Luis Álvarez, productor del evento y vice-presidente de Méndez y Compañía, fue distinguido con el George Wein Impresario Award que otorga el Berklee College of Music.

Entonces, el escenario estuvo listo para recibir a quienes consideran que improvisar en él es una especie de paraíso.

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M

ichel Camilo dirigiría en tarima estos nombres: Eddie Palmieri, Eddie Gómez, Abraham Laboriel, Giovanni Tommaso, Larry Monroe, Arturo Sandoval, Giovanni Hidalgo, David Sánchez, William Cepeda, Jorge Laboy, Antonio Sánchez, Dafnis Prieto, Conrad Herwig, Julito Alvarado y el jovencito Edmar Colón que de ese modo fue “tirado a los leones” entre semejantes músicos.

Cómo encausar el talento, cómo liderar veteranos deseosos de mostrar lo suyo, listos para redondear la vivencia del festival. Camilo lidera, organiza y disfruta. Encamina habilidades para que el sonido fluya limpio. Solo así sucede la magia.

Van entrando a escena poco a poco, según precise de su sonido uno de los ocho temas seleccionados para la presentación final: Night in Tunisia, Song for My Father, Giant Steps, Puerto Rico, Caravan, Double Blues, Caracol y Manteca. Esperan la señal que indique “ahora” para tocar lo acordado y lo que el momento pide también.

Camilo se levanta del piano, hace señas, acomoda y vuelve a las teclas blancas y negras. La sonrisa no le abandona, sabe lo que logran juntos. Cada músico que entra lo premia con un abrazo.

“Ahora pido que llegue aquí el gran Eddie Palmieri. ¡Eddie, Eddie!”, reclama su presencia y pide al público que lo reciba “como se merece”.

Palmieri, como Camilo, inventa en el aire. Identifican la oportunidad que una melodía ofrece para que un instrumento se destaque pero desde el piano la optimizan para que dure más, para que rinda el sonido y evolucione. Entonces la magia sucede de nuevo y el público agradece poder presenciar un momento irrepetible.

Palmieri llega y, cómo no, asume control de inmediato. Se sienta al piano y empieza a tocar con los ojos cerrados. No hay partitura; lo que hay es memoria, instinto y feeling. Entonces abre los ojos, toca el piano con una mano y con la otra advierte al baterista. “Dame, dame algo”, parece pedir y el baterista complace. Igual ocurrirá con la conga, con el bajo, igual con el saxofón y la trompeta.

Palmieri, como Camilo, inventa en el aire. Identifican la oportunidad que una melodía ofrece para que un instrumento se destaque pero desde el piano la optimizan para que dure más, para que rinda el sonido y evolucione. Entonces la magia sucede de nuevo y el público agradece poder presenciar un momento irrepetible.

Palmieri enciende su cigarro, toca con una mano y con la otra pide más de sus colegas, sabe que están locos por hacer. Atestiguarlo es un privilegio. Las felices manos de Hidalgo, la sonrisa amplia de Laboriel, Tommaso goza de estar junto a Eddie Gómez, Dafnis Prieto toca y toca, David Sánchez pasa las instrucciones que le da al oído Palmieri a Julito Alvarado y a Edmar Colón, el joven que si sintió nervios los olvidó porque para ellos no había tiempo. Jorge Laboy sacude su melena y ataca las cuerdas, Sandoval estremece con la trompeta que se siente en la piel, Larry Monroe riposta, William Cepeda logra sonidos con los caracoles que difícilmente la teoría musical podría explicar en el papel.

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Camarógrafos y sonidistas registran el momento que esta vez se documentará para la posteridad. Porque la magia fue allí, a esa hora y no vuelve. Con el JazzFest si no lo viste, te lo perdiste.

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