10/12/2014


Rituales cuando baja el telón

Bailarines de Andanza cuentan cómo retornan a sus rutinas tras la última función de un espectáculo


T

odo empieza cuando acaba. El último aplauso no se espera para que baje el telón y precisamente ahí comienza el final de la puesta. A eso de las 6:30 p.m. culminó la función dominical de la compañía de danza contemporánea Andanza. Las horas siguientes la compañía se sacude de las coreografías ensayadas por más de veinte días y ejecutadas en tres funciones.

A Eloy Ortíz, integrante de la compañía, coreógrafo y líder del Taller Juvenil de la misma, suele arroparle la melancolía.

“Todo depende de cada producción y el proceso para llegar a ella, eso influencia también el final. En mi caso siento unos blues bien extraños el día después que acaban todas las funciones. Me acuesto en la cama, no me da ánimo pero se me quita tan pronto arranca el ritmo de trabajo normal de nuevo”, cuenta Ortiz quien posee 25 años de experiencia como bailarín profesional.

La reacción la atribuye “al exceso de estrés”, que siente cuando además de bailar funge como coreógrafo de alguna pieza, como fue el caso de Devenir, en esta puesta.

“Velas por ti y por el grupo, uno cree que está bregando la situación pero la realidad es que lo estás bloqueando y ese apagón, después de tanta adrenalina, es fuerte”, dice Ortiz y agrega que como creador de una coreografía, cuando percibe que el público captó el mensaje que envió “me afecto en el sentido de que me llena”.

“No es un dolor, es una satisfacción, me lleva a un momento bien emotivo”, revela.

Bailarines durante la interpretación de la pieza Vida. Foto Robert Villanúa

Bailarines durante la interpretación de la pieza Vida. Foto Robert Villanúa

Para esta puesta de tres días, Baila Andanza, realizaron cerca de veinte ensayos. Presentaron las piezas Viñetas, Devenir, La pieza sobre nada y Vida. En ese periodo la compañía aprovechó para ensayar además los bailes de una presentación realizada en Nueva York y en Mayagüez.

El repertorio exige al cuerpo y según sus peticiones son las dolamas futuras. “A veces no te duele nada hasta el último día, a veces desde el primer día estás mal”, cuenta Ortiz.

Para éste, el aplauso final hoy significa algo distinto a cuando era un novato en el escenario.

“Los conceptos van evolucionando”, dice Ortiz, “esta es una carrera en la que te tienes que fastidiar bastante para mantenerte, requiere un sacrificio grande con el paso del tiempo y el aplauso completa esa necesidad de sacrificio para hacer lo que nos gusta y contribuir al arte en Puerto Rico porque cada vez menos personas se dedican a esta carrera”.

Después que cae el telón, cada cual “recoge lo que le toca” y entonces viene lo próximo: el desahogo.

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C

asi siempre es en La Placita de Santurce, en la zona contraria a los famosos aguacates de bronce, porque es más tranquilo. Otras veces es en casa de alguien. Lo cierto es que luego de horas ensayando y bailando juntos hay que despejarse, también, juntos.

“Regularmente hacemos un compartir, es invevitable”, cuenta Norberto Collazo, otro integrante de la compañía, “si alguien va lo que va a escuchar es baile, baile, baile -‘este lo hizo bien aquí, este se cayó en esto’- después ya nos deconectamos y no se toca más el tema”.

Collazo es partidario de “no rebuscar” mucho en lo pasado puesto que ello puede atraer frustraciones del tipo “no lo quería hacer así o asá’. “Con las funciones uno lo deja todo ahí y ya”, insiste.

“A mi no me gusta hablar del proceso inmediatamente, me gusta hablar de otra cosa”, afirma, de otra parte, Ortiz sobre su proceso de relajación tras la función.

“Esta vez pude alcanzar los bailarines”, cuenta contenta Lolita Villanúa, directora de Andanza, “ese es nuestro momento de soltar toda la tensión del show“.

Antes de llegar ahí, Villanúa y parte del personal de la compañía de danza se aseguran de que la escenografía haya sido desmontada y, al menos, esté almacenada en un camión. Descargarla en el almacén de Andanza suele realizarse el día siguiente. Ese día es momento de comenzar otras tareas.

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E

mitir pagos, realizar informes de uso de fondos para compañías auspiciadoras y análisis tanto artístico como económico del espectáculo son algunas de las tareas que Villanúa realiza la semana siguiente.

“Analizo todo, las coroegrafías, las respuestas del público a ellas, qué día los bailarines se vieron más sólidos. Este año estamos bien contentos porque el Taller Juvenil de Andanza que dirige Eloy se vio bien sólido, esa fue la agradable sorpresa de la noche”, señala la líder.

Ese ejercicio de reflexión incluye además entender el comportamiento del público cuya asistencia a eventos culturales pagando, según reconoce Villanúa, ha mermado ya que prefieren asistir a los gratuitos.

“Y eso que los boletos nuestros estaban en $20 y $25 para Bellas Artes de Santurce pero uno entiende porque la economía no permite otra cosa. La gente sigue Andanza y le gusta, cuando las funciones son gratuitas se llena. Hay que repensar las estrategias”, asevera Villanúa que de igual modo reconoce y agradece los 16 años de acción cultural consecutiva que ha mantenido la compañía.

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E

l trabajo en los ensayos es arduo. Las sesiones son intensas. El producto final debe madurar de inmediato cuando un espectáculo, por lo general, se extiende solo un fin de semana.

“Es fuerte, por eso hacemos funciones estudiantiles y llevamos algunas piezas por la Isla, para que los bailarines puedan mostrar su trabajo un poco más”, manifiesta Villanúa.

“El público te transmite lo que siente en tres funciones”, indica, de otra parte, Norberto Collazo, “y eso es bien poquito. Cuando estás en el hacer descubres qué imágenes de cada espectáculo te llevas. A veces piensas, ‘si tuviese otra función podría hacer algo así’ pero nos pasa a todos los bailarines en Puerto Rico. Los de afuera tienen ese break de crecer con un espectáculo en el escenario pero aquí uno se queda con las ganas”.

Eso de calentar tu performance en esta isla tiene visos de práctica exprés. El frío se suelta cuando pisas el escenario en la primera función o no luces bien.

Escena de la pieza Viñetas incluida en el reciente espectáculo de Andanza. Foto Robert Villanúa

Escena de la pieza Viñetas incluida en el reciente espectáculo de Andanza. Foto Robert Villanúa

“Con Andanza entramos al teatro cuatro a cinco días antes del show, vas midiendo resistencia en el espacio real. Los procesos en Puerto Rico son más rápidos, aquí un montaje se puede hacer en tres meses, en uno o en una semana. Cualquier bailarín profesional se supone que esté apto, para eso uno entrena y desarrolla retentiva, eso nos da ventaja de llegar rápido a una buena representación”.

“Ponerte las pilas rápido” se logra, según Collazo, “si haces tu asignación mental cuando no estás bailando”. “Uno desarrolla otras formas”, dice.

Todavía recuerda todas las coreografías bailadas en el reciente espectáculo y “podría hacerlas sin fallar”. “Yo me acuerdo de la primera coreografía que bailé a los doce años, las cosas que uno disfruta te marcan y si son piezas monumentales como Vida, la pieza de Antonio Gómes (coreográfo brasileño) que te reta tanto, pues esos veinte minutos no se van tan fácil de tu memoria”.

Collazo considera que “si eres un bailarín responsable”, la experiencia que provee el tren de trabajo en la Isla te permite hacer una buena labor en escena en estas circunstancias.

“Eso te lo dan años y la dedicación, ser responsable no solo contigo sino con tus compañeros. Nosotros que bailamos en grupo, das lo máximo aunque te cueste y sea difícil el paso, haces overtime tanto física como mentalmente y eso siempre es una ventaja”.

Con el paso de los días, todo empieza otra vez. Siempre vale la pena. Una nueva oportunidad de baile, en este caso durante La Campechada -evento que será del 12 al 14 de diciembre en las plazas del Viejo San Juan- está a la vuelta de la esquina.

“Yo estoy súperagradecido, en Puerto Rico hay poca plataforma para el baile y menos para el contemporáneo. En esta compañía estoy haciendo lo que me gusta y no me he tenido que ir del país”, acaba Collazo.

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