23/08/2015


Siglo XVIII: Hato Rey no es del rey

De suplidor de ganado por excelencia, el sector pasa a adquirir vital importancia comercial por su cercanía al Puente Martín Peña en dicho periodo


D

urante el Siglo XVIII, la evolución del Hato del Rey refleja las transformaciones étnicas y económicas que vivió el País.  El antiguo Hato del Rey asumió nuevos roles. Su importancia como suplidor de ganado fue disminuyendo, según atendía otras necesidades estratégicas de transportación y comercio vinculadas al vital Puente de Martín Peña. Poblacionalmente Hato Rey se arraiga primero como una comunidad de raíces negras, para dar paso a pequeños latifundistas agrícolas.

En ese mismo siglo, el sector se consolida como el punto vital de enlace entre “la isla” y la capital, en gran parte por la creciente importancia del Puente Martín Peña. Como ilustra el mapa de 1776 de O´Daly, gran parte del sur de Cangrejos y el norte de Hato Rey era una marisma de tierras húmedas, con pocos lugares para cruzar de las tierras altas de Cangrejos a los llanos del Hato del Rey, el Roble (Río Piedras) y la Sabana Llana. El puente era el paso más viable.

De ahí se seguía al oeste a través de un camino real con una ruta similar a la actual Avenida Ponce de León, hasta llegar al Puente San Antonio para cruzar al Islote de San Juan. Una amplia zona de manglares –donde hoy es el Puente de la Constitución- hacía muy difícil por tierra el acceso al “Pueblo Viejo” de Caparra.  En síntesis, la localización del paso del Puente Martín Peña determinó las principales rutas y, por ende, el desarrollo de todo el litoral.

El mantenimiento y ampliación del Puente Martín Peña sería una prioridad constante para los gobernadores españoles. En 1746 el Cabildo de San Juan intentó en vano conseguir fondos para el puente mediante el arrendamiento de tierras. Tanta era la prioridad de mejorar el tránsito entre San Juan y el resto de la isla, que en 1755 le asignaron a los puentes de Martín Peña y San Antonio los recaudos del vital arbitrio sobre el aguardiente (ron), una de las fuentes de ingreso más importantes de la colonia. Finalmente, la reparación definitiva comenzó cuatro años más tarde mediante una donación de 9,000 pesos del Rey Fernando VI. Así de prominente era y sería la importancia del Puente Martín Peña.

Esta temprana historia de Puerto Rico cuenta con pocas pero vitales ventanas por las que asomarnos al pasado. Cada una de ellas, como es de esperarse, están cargadas por los contextos e ideas de sus narradores. Una de las primeras ventanas fue la Historia de Fray Iñigo Abad y Lasierra, que influenciado por su visión liberal-ilustrada, describe la isla como es, pero más importante, también como debería ser.

Detalle del mapa en que se hace la primera mención del Puente Martín Peña en el 1660. / Suministrada

Detalle del mapa en que se hace la primera mención del Puente Martín Peña en el 1660. / Suministrada

En 1778, Fray Iñigo describe como  “arruinado” al Puente de Martín Peña: “sólo da paso con mucha incomodidad y peligro de personas y caballerías”. Describe los terrenos aledaños al Puente y al Partido de Cangrejos como “terreno estéril y anegado con el cieno y marisco, aunque cubierto de mangles, manzanillos y maleza”.

Fray Iñigo no establece diferencia entre San Mateo de Cangrejos  y el “Alto del Rey”. Destaca su población negra, liberada “mediante su industria” y a los cuales se les habían donado tierras en donde sembraban “cazabe, frijoles, batatas, arroz y otras legumbres que llevan a la ciudad” de San Juan.

A media legua del puente Martín Peña, Abbad y Lasierra se encuentra con la parroquia de Río Piedras, con estancias localizadas en las vegas de riachuelos y con cultivos de caña, algodón, casabe y otros frutos.

Reforzando un tema común a través de toda su obra, Fray Iñigo critica la poca productividad del país, la carencia de productos de exportación y la crónica indolencia de sus habitantes. Señala que a pesar del potencial productivo de estas tierras, los vecinos “generalmente se dedican a cebar ganados para el abasto de la Capital”.  El comentario de Fray Iñigo sugiere que el antiguo rol de abastecedor de ganado del Hato del Rey persistía, y que se iba ampliando a través de todo el litoral que hoy conocemos como Río Piedras.

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F

ernando Miyares González, otro importante cronista del Siglo XVIII, nos ofrece una descripción más precisa del Hato del Rey, como parte de su crónica de la Villa del Roble-Río Piedras. Miyares ubica al Hato del Rey en el camino de Río Piedras a la Capital, antes del Puente Martín Peña, y destaca su importancia como “preciso de toda la isla para la comunicación por tierra”. Hato Rey era un territorio “bastante poblado de negros que viven en pequeñas chozas de paja.”

En un Puerto Rico con apenas un puñado de poblados, que el cronista destaque a Hato Rey es reflejo de su creciente importancia. También es notable que en su crónica, Miyares localice  comunidades negras únicamente en Hato del Rey y en Cangrejos. Queda claro, de boca de los dos principales cronistas del Siglo XVIII,  que Hato Rey es una de las comunidades de más antiguas y arraigadas raíces negras en todo Puerto Rico.

La creciente importancia del Hato del Rey también le dio valor a sus tierras, que seguían bajo posesión exclusiva de los gobernadores.  Muchos ansiaban lograr la titularidad de su territorio.

Eran los albores del capitalismo y las colonias debían ser parte de un vasto y rigurosamente controlado aparato económico de comercio y exportación

Por ejemplo, en 1771, el Cabildo de San Juan solicitó al Rey que “se digne a ceder a beneficio de estos (el Cabildo) el Hato titulado del Rey” para contar con recursos para el pago de una serie de funcionarios locales. La intención era sacar el Hato de la jurisdicción del Gobernador y “municipalizarlo” bajo el Cabildo, para que le generara a éste ingresos esenciales para la administración local. No hay constancia de que la petición fuera aprobada. El uso y aprovechamiento del Hato del Rey continuó bajo los designios del gobernador de turno, lo que también posiblemente influyó para que Hato Rey nunca se constituyera en un pueblo aparte.

Puerto Rico y toda la América Hispana vivían desde mediados del Siglo XVIII las consecuencias de un gran cambio de paradigma económico. Una nueva visión liberal ilustrada en España exigía a las colonias mayor productividad mediante el auge de la agricultura de exportación, como parte de un esquema económico más centralizado y enfocado a lograr más ingresos a la metrópolis. Eran los albores del capitalismo y las colonias debían ser parte de un vasto y rigurosamente controlado aparato económico de comercio y exportación.

A pesar de sus virtudes, estas reformas ilustradas rebotarían en reacciones contra España. Su impacto se manifestaría plenamente en las independencias nacionales de gran parte del imperio español en América a principios del Siglo XIX.

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E

l reformismo ilustrado se manifestó en Puerto Rico en el uso de la tierra. Desde mediados del Siglo XVIII, las autoridades españoles comenzaron a demoler los antiguos hatos de ganado para crear tierras de labranza y fomentar la inmigración de agricultores. Para los liberales ilustrados la tenencia pasiva de la tierra en hatos, hatillos, corrales y cotos para la mera subsistencia era muy improductiva: había que producir para exportar y comerciar. Veían la creciente prosperidad azucarera de Barbados, Jamaica y Saint Domingue (Haití) como el modelo a seguir.

El plan de la Corona era recuperar la tierra improductiva o marginalmente productiva de los hatos para repartirla entre colonos comprometidos con desarrollar estancias agrícolas, cuyos productos estimularían la exportación y la actividad comercial.  Por otra parte, al desmantelar los hatos le darían un fuerte golpe al contrabando que restaba control e ingresos a la Corona. Ante la desatención de España, el contrabando se había convertido en la mayor fuente de ingresos propios para los “hijos del País”.

El Hato Real en el Mapa de O'Daly realizado en el 1776.

El Hato Real en el Mapa de O’Daly realizado en el 1776.

Los hatos producían la materia prima principal para el contrabando y creaban una economía propia, subterránea e independiente del régimen español. Como resultado, la fuerte oposición de los hateros -la fuerza económica criolla principal de la época- en alianza con el clero -dueño y beneficiario de muchos hatos mediante las capellanías- logró que varios esfuerzos para demoler los hatos fueran pospuestos y hasta detenidos hasta principios del Siglo XIX.

El Hato del Rey no estuvo exento de esta polémica. En 1780, la Comisión de Repartición de Tierras nombrada por el gobernador José Dufresne entendió prudente dar el ejemplo y propuso demoler el Hato del Rey para dividirlo en estancias agrícolas. Pero su intención se malogró: era imposible demoler y repartir el Hato del Rey ya que todas sus tierras ya habían sido arrendadas a grupos de vecinos. Los derechos adquiridos por estos arrendatarios impedían el desalojo inmediato de las tierras.

Poco a poco el Hato del Rey dejó de ser del Rey

El Hato del Rey -que en 1785 cubría seis caballerías y media (aproximadamente 1,300 cuerdas) “con límites sur y occidente el caño de Río Viejo y el curso del Río Piedras, por el norte la costa o bahía, y por el este una empalizada que iba desde una ciénaga al sur de la Laguna hasta el caño del Río Viejo”-  prácticamente se estaba convirtiendo gradualmente en un hato privado.  En 1790, se reportó que el Hato del Rey contaba con apenas 125 reses y generaba un mísero ingreso de 223 pesos anuales por arrendamiento.

Poco a poco el Hato del Rey dejó de ser del Rey. Ya para fines del Siglo XIX, era un de las comunidades más importantes el país. Su población era un mosaico racial que serviría de modelo a otras comunidades a través del País.  Pronto sería parte también de su historia militar.

Próximo: Hato Rey escenario de guerra. 

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REFERENCIAS: Aníbal Sepúlveda y Jorge Carbonel (Cangrejos-Santurce, Historia Ilustrada de su Desarrollo Urbano, 1519-1959, 1988); Aníbal Sepúlveda (Puerto Rico Urbano: Atlas Histórico de la Ciudad Puertorriqueña, Vol. 1,2004);  Adolfo de Hostos (Diccionario Histórico Bibliográfico Comentado de Puerto Rico, 1976; Historia de San Juan, Ciudad Murada, 1979); Aída Caro Costas/Municipio de San Juan, Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico: 1767-1771 1965); Fray Iñigo Abbad y Lasierra, (Historia Geográfica Civil y Natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, 1979); Gilberto Cabrera (Puerto Rico y su Historia Íntima: 1500-1996, Tomo I, 1997); Fernando Miyares González (Noticias Particulares de la Isla y Plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico, Actual Estado, Noticia de los Pueblos Siguiendo de Norte a Sur, y Diferencia que se Advierte según el Antiguo estado de la Plaza e Isla y el Presente en Eugenio Fernández Méndez, Crónicas de Puerto Rico 1976) Isabel Gutierrez del Arroyo (El Reformismo Ilustrado en Puerto Rico, 1995) Eugenio Fernández Méndez (Historia Cultural de Puerto Rico 1493-1968: 1980); Norma Feliberti Abedol (Esbozo general de la historia y evolución de los hatos en Puerto Rico, 2007)  Juana Gil-Bermejo García, Panorama Histórico de la Agricultura en Puerto Rico, 1970) Francisco Moscoso, Agricultura y sociedad en Puerto Rico, siglos 16 al 18: Un acercamiento desde la historia, 1999) Rafael Torrech San Inocencio (Los barrios de Puerto Rico, 1999; y Orígenes, configuración y toponimia de los barrios de Puerto Rico, 1994).

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