04/07/2015


Se atrevieron y cumplieron

La hija del Faraón fue llevada a escena con responsabilidad y compromiso por Balleteatro Nacional Puerto Rico


E

l pasado fin de semana, la Sala de Drama René Marquez del Centro de Bellas Artes en Santurce se convirtió en un pasaje egipcio. Esto para dar vida al estreno en Puerto Rico del ballet clásico La hija del Faraón a través de la compañía Balleteatro Nacional Puerto Rico.

Bajo la dirección de José Rodríguez e inspirada en la coreografía original de Marius Petipa (1862) y la música de Pugni, 90 bailarines, miembros de la compañía y estudiantes de la propia escuela, dieron vida a éste majestuoso ballet que fue inspirado en la novela La Momie de la Roman del escritor francés Theóphile Gautier. Esta producción llegó a la isla gracias a la celebración del 10mo aniversario de Balleteatro Nacional de Puerto Rico. Tanto la escuela como la compañía de ballet clásico se dieron a la tarea de representar éste ballet de tres actos donde la pantomima y la danza se conjugaron como entes rectores para la creación artística.

La trama narra la historia de el inglés Lord Wilson quien durante un viaje a Egipto, cae en un profundo sueño, trasladandose a la época de los faraones. En el sueño él se convierte en el egipcio Ta-Hor, interpretado por Daniel Ramirez. Ta-Hor conoce a Aspicia, personaje interpretado por Faviana Quiles. Aspicia, hija del Faraón, se enamora perdidamente de Ta-Hor. Sin embargo, la princesa debe casarse con el Rey de Nubia originandose un triángulo amoroso que desencadena en un final inesperado.

Foto / Lía Rivera Flaviá

Foto / Lía Rivera Flaviá

Antes de reseñar el desempeño de los bailarines quisiéramos comentar brevemente el vestuario a cargo de Lourdes Vergara, Nivea Ojeda y Reinaldo Irizarry, los decorados diseñados por Felix Vega y la iluminación creada por Jorge Ramírez. Si bien el vestuario fue agradable y cumplió de forma eficaz su cometido, la escenografía nos pareció un tanto simple y facilista. Sobre todo en el primer acto, que es tan importante para el desarrollo y entendimiento de la pieza, en el que la escenografía e iluminación no fueron efectivas. De igual forma, las cortinas musicales para los cambios de cuadros fueron muy extensas y la orquestación grabada utilizada no fue la mejor.

Como mencionamos en un principio, en este montaje participaron los miembros de la compañía así como los estudiantes de su escuela, tarea sumamente difícil y plausible ya que contribuyen al desarrollo de futuros bailarines profesionales del ballet en Puerto Rico. Faviana Quiles, la novel bailarina, fue la sorpresa de la noche. Luego de su accidentada aparición en la primera escena mantuvo su temple y no se perturbó. Por el contrario, resplandeció durante toda la función demostrando un buen dominio técnico y limpieza en sus movimientos,  así como bravura y seguridad que hace tiempo no veíamos en las bailarinas de la isla. Sus fouttes fueron de los mejores momentos de la velada, aunque debe prestar más atención en la articulación de sus pies, sobre todo en los allegros y los saltos.

Por su parte Daniel Ramírez, con esa figura de príncipe de cuentos, se destacó por su flexibilidad -la cual es su marca de fábrica- sus giros, liviandad en sus saltos y batería. Sin embargo, tuvo fallas a la hora de acompañar a Quiles como patenaire. Patricia Colón, otra novel bailarina, tuvo sobre sus hombros el difícil papel de Ramzé, la esclava de Aspicia, destacándose en sus variaciones por su control y balance. Ésta estuvo técnicamente correcta pero sin ir más allá, a diferencia de Robert Quiñones, quien representó al esclavo cómplice.

Foto / Lía Rivera Flaviá

Foto / Lía Rivera Flaviá

Quiñones supo aprovechar sus breves apariciones llevando a cabo una buena ejecución de sus  pasos, interpretó de forma drámatica y clara su papel. José Rodríguez fue el Rey de Nubia y Osmay Molina, el Faraón, recordados por grandes interpretaciones para diversos ballets clásicos. En esta ocasión le dieron vida a personajes de caracter cumpliendo con lo requerido para el desarrollo de la historia. Sin embargo, deben considerar apoderarse más aún de su rol a nivel histrionico para lograr que el público no extrañe verlos como bailarines principales y se dejen encantar por estos nuevos personajes.

Los  bailarines principales estuvieron acompañados de un enorme cuerpo de baile que cumplió a cabalidad y correctamente un ballet sumamente difícil y a su vez hermoso. La Hija del Faraón, manifiesta la grandeza del pasado, la excelencia de aquellos coreógrafos de siglos anteriores que se dieron a la tarea de enriquecer y conformar la historia del ballet clásico.

Balleteatro Nacional de Puerto Rico en estos diez años se ha impuesto como deber social y cultural mantener la danza dentro del rigor y el buen gusto; restaurando y refrescando esas grandes e históricas coreografías que hoy día pocas veces regresan al escenario y que pocos conocen (incluso bailarines). Por lo tanto, en términos generales consideramos que esta producción ha sido una acertada. Sus directores, compañía y estudiantes deben sentirse orgullosos y satisfechos de lo que lograron, sin perder el objetivo siempre de llevar a cabo montajes de excelencia en el difícil mundo de las zapatillas y puntas.

¡Bravo por ellos y que vengan diez más!

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