e necesitan al menos dos horas más para asimilarlo. Una vez fuera del teatro, luego de los 140 minutos ininterrumpidos que dura la pieza, solo queda el silencio, la reflexión; el alivio y la pausa. Ingenio (Wit), de Margaret Edson -que se presenta este fin de semana y el próximo en la Sala René Marqués del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré en Santurce- es un viaje genuino, hermoso, desgarrador y tierno a la esencia misma de la vida.
Minutos antes de que arranque, ya te has acostumbrado al monótono “bip” de las máquinas para registrar vitales que suenan en toda la sala. Hasta que se apagan las luces y entra en escena la “Vivian Bearing” de Cristina Soler.
Llega el primer golpe. No hay llanto, no es el melodrama que seguramente esperabas cuando decidiste acudir a una obra de teatro sobre el cáncer. Soler construye ingeniosamente a esta profesora universitaria con metástasis y lo hace de un modo honesto; muy humano. La caracterización está tan bien cuidada que durante gran parte de la pieza no sabrás si reír con ella, llorar, rabiar, sorprenderte o dejarte llevar. Su trabajo histriónico es impecable. Deleita con un complejo diálogo -monólogo, en gran parte de la pieza. Transmuta a través de las distintas etapas de la vida del personaje con sutileza y maestría. Le inyecta chispa, ironía, encanto.
La acompaña un elenco que se mueve en escena cual reloj suizo. Aportan a la historia con sencillez y precisión. Por una parte, Yinoelle Colón se convierte en una ingenua y cálida enfermera; Rafa Sánchez, en un desconcertante e insoportable médico. Gerardo Ortiz le imparte sobriedad a un doctor fascinado por el aspecto científico de su profesión. Ángela Meyer, aunque sólo cuenta con breves intervenciones, logra reflejar una transformación similar a la que presenciamos en el personaje principal.
Y es que esta obra, dirigida magistralmente por Ismanuel Rodríguez, trata precisamente de eso: de la transformación de la vida, del misterio de la muerte. De cómo vencerla a través de aquello que dejamos luego de partir. Lo hace con elegancia, con el justo toque de humor.
La puesta en escena aprovecha al máximo el impresionante trabajo de video mapping de Gerónimo Mercado, que constantemente sirve de cómplice al relato del personaje principal a través de las proyecciones audiovisuales.
Es un montaje ambicioso, sin embargo esto no le resta a la sencillez con que proyecta la historia. Los diálogos filosóficos del personaje principal, su pasión por el lenguaje, su lucha contra lo inexplicable que es la muerte, la revelación de su propia humanidad como única salvación ante lo inevitable. Y justo en frente, nosotros, que quedamos en silencio, profundamente conmovidos por una historia que se repite todos los días en nuestros hospitales.
La verdad es que más que por un excelente trabajo dramático, vale la pena ver el Ingenio de Tantaí, porque no es una simple tragedia. Es un homenaje a la vida, a los detalles sencillos, a lo frágiles que somos ante lo desconocido; una invitación a vencer a la muerte con esperanza.
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