o primero fue el sonido de la palabra: ma-lam-bo. Te llena la boca. Te obliga a abrirla y cerrarla como si te pintaras los labios con esas dos bien acomodadas emes. Lo segundo fue pensar que eso era un dulce y se comía con agua de coco. Es una palabra familiar, suena a calabó y bambú, a candungo y unas cuantas más de esas palabras que forman parte de nuestra herencia afroantillana y su vasta y rica aportación al desarrollo del español en el Caribe.
Pero aunque malambo es una palabra de fuego, que luego descubriré que es muy caliente, en realidad viene de un lugar que nada tiene que ver con el agua de coco y las calenturas de la arena. Su sudor es otro, viene del sur, de un sur lejano mas nunca ajeno. Sobre todo gracias a la literatura -y las artes en general- que hace mucho que nos acercan al universo argentino tan poco caribeño y a su vez tan hermano como cualquiera.
Pienso en la fascinación de tantos boricuas con el tango, en el festival que se hace en Isabela conmemorando la visita de Gardel, el modo en que su llegada marcó una época -desde la música que se escuchaba hasta los peinados de los hombres-; pienso en mi abuelo que escuchaba tangos los sábados en la noche y en los muchos jóvenes puertorriqueños que se van a estudiar cine, teatro y otras disciplinas a la Argentina. Pero del sur que es más sur, siempre llegan más noticias, esta vez a una butaca que no es la de teatro, más bien es un pequeño asiento de avión que vuela a los Estados Unidos. Ahí leí de un tirón el nuevo libro de la periodista argentina Leila Guerriero: Una historia sencilla. Es una novela de no ficción, un perfil robusto, una crónica o simplemente es buen periodismo y ya está. Abajo con tanta clasificadera.
La historia cuenta lo que pasó luego de que en el año 2011 Guerriero decidiera ir a contar -y de paso tratar de entender- qué provocaba que el momento de mayor gloria de la vida de un joven bailarín, se convirtiera de inmediato en el fin de su carrera. Eso de inmolarse en la victoria fue lo suficientemente seductor. Y no, no es la historia de un bailarín de tango.
Se trataba de un evento anual que se celebra en el interior de Argentina en un pueblo muy pequeño, donde se realiza una competencia de baile folklórico: el Festival Nacional de Malambo de Laborde. En el libro se explica que el malambo es un baile tradicional entre los gauchos argentinos y el festival termina con la coronación de un campeón. Para resguardar el prestigio del certamen, los campeones han hecho un pacto: una vez ganan, ya no pueden presentarse en otra competencia.
Pero sucedió que la segunda noche del festival, la periodista vio un bailarín al que nunca más pudo retirarle la mirada: Rodolfo González Alcántara. Entonces lo que prometía ser una crónica del evento, una narración de la competencia como un todo, terminó por convertirse en -como se describe en el libro- la épica más difícil de todas, la épica del hombre común.
A lo largo del texto, Guerriero nos confronta con una pregunta necesaria no sólo dentro del periodismo, sino dentro de toda forma de narrativa: ¿Nos interesan las historias sencillas? ¿Nos importa el hambre si no nos mata?
Y de pronto, atravesando el Atlántico, una se entera de cómo se baila esta danza, del impresionante entrenamiento físico que requiere, de cómo vive Rodolfo, su familia, sus sueños, de por qué se sueña con ganar haciendo lo que se ama para de inmediato dejar de hacerlo. Se entera una también de conceptos -a veces tan lejanos- como el honor y la lealtad, y termina una entendiendo que a veces a lo extraordinario lo único que le han faltado son palabras para contarse.
La autora escribe con honestidad, dejándonos conocer sus prejuicios, sus dudas, sus curiosidades. Incluso, en uno de los momentos más tiernos del texto, confiesa su entusiasmo al saber que sería ella, en su carro, quien llevaría a Rodolfo a la competencia. Cuando se reconoce emocionada, se da cuenta de que a ese punto ha comenzado a entender algo.
Y es que escribir y leer es un poco eso, un ejercicio para tratar de entender algo que al principio no se sabe bien qué es pero de vez en cuando y con suerte termina revelándose ante nosotros, si estamos dispuestos a permitirle -o tenemos el estómago- para aguantar el striptease.
Nunca en mi vida había escuchado del malambo y al finalizar el libro, naturalmente, me la pasé horas perdida viendo vídeos en YouTube. Repito la palabra malambo y me sigue sonando a dulce, pero no es esta una historia dulce, ni blanda. Tiene todo lo que tiene un drama, una épica; sacrificio, amor, esfuerzo, angustia, derrota, victoria. Todo a la vez en una historia verídica y hermosamente novelada por una periodista que no tiene miedo de que el periodismo, el cuento que es verdad, aspire también a ser una obra de arte. No se lo propone, y en esa ausencia de propósito de belleza, la logra como pocos. Al punto de lograr que en el Caribe se lea de malambo y se endulce un poco esa palabra, a lo mejor porque lo que evoca es tan cercano, familiar, el cuento de una vida que cambia, de un sitio en el que para que pase todo, por lo general, parece que nunca ha pasado nada. Como las vidas comunes. Las sencillas.
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