ovía su cabeza según el monótono movimiento y sonido del Tren Urbano el joven de tennis inmaculados y cerquillo perfecto que revisaba su celular. Es viernes y son las nueve de la mañana. Ya pasó el ajoro de los madrugadores así que en los vagones hay pasajeros sin prisa.
Con la misma velocidad, aunque con mucha más gracia que un ladrón anunciaría su entrada y pretendería someter a todos con su violencia, un delgado joven saltó al pasillo central. Llevaba una boina roja emplumada que recuerda puestas teatrales del Siglo de Oro español, túnica y ajustados pantalones negros. Unas botas acentuaban la idea de que estábamos ante una especie de actor destinado a encarnar un juglar. Parece que se equivocó de escenario o que ensayará allí mismo.
Debió haber entrado en silencio y último. Debió haber estado cubierto por una poco discreta capa en terciopelo rojo que ahora descansa sobre una pequeña maleta en piel sobre uno de los asientos. Eso pensándolo ahora, reconstruyendo el plan que le permitió tomarnos por sorpresa.
-¿Y este?, preguntó el joven de tennis inmaculados y cerquillo perfecto luego del salto conque el sujeto con rostro maquillado a la usanza de un mimo interrumpió el recorrido en dirección a Bayamón.
-Como a muchos no le gusta la poesía, solo voy a declamarles dos poemas, por aquello de no atosigarlos, anunció decidido a no escuchar -ni aceptar- un sí o un no.
-¿En serio?, preguntó con fastidio el joven de tennis inmaculados y cerquillo perfecto.
Desafiando el vaivén del Tren -que por lo visto domina con experiencia- el declamador se acercó a uno de los tubos en acero y con gestualidad propia del teatro de antaño anticipó que compartiría un poema de “nuestra gran poeta”. “De Julia de Burgos: Ay, Ay, Ay de la grifa negra“.
Unos decidideron mirar sin ver, otros prefirieron revisar por las ventanas el paisaje que de memoria conocen y otros se dejaron encantar. El joven de tennis inmaculados y cerquillo perfecto despegó la mirada del celular.
“Ay, ay, ay que soy grifa y pura negra”, gesticulaba con una voz que retumbaba en el vagón, “grifería en mi pelo, cafrería en mis labios; y mi chata nariz mozambiquea”.
Los desinteresados regresaban la vista al poeta en las pausas obligadas que imponía un verso y cuando volvía a la carga la desvíaban de nuevo hacia el paisaje.
“Dícenme que mi abuelo fue el esclavo por el que el amo dio treinta monedas”, seguía el poeta casi haciéndonos creer que las monedas estaban en sus manos por el modo en que las apretaba.
“Ay, ay, ay que mi raza negra huye y con la blanca corre a ser trigueña, ¡a ser la del futuro, fraternidad de América!”.
Silencio. No hay aplausos. La audiencia cautiva está sorprendida. El poeta deja el drama a un lado y cambia el tono y el rostro.
-Les decía, solo dos poemas, para que no se espanten. Ahora bien, les pregunto, si le preguntamos a los dos que mataron la familia en la masacre de Guaynabo cuál fue el último libro que leyeron o un poema que los marcó, ¿qué dirían? Eso nos hace diferentes, si no seríamos animales en cuerpos humanos, leones matando leoncitos. El cambio en educación tiene que ser drástico pero como es lento, en lo que eso pasa, el segundo poema. Solo dos, para que no se espanten”, dijo con una suavidad inesperada.
Presentó entonces su próximo poema.
-Ella está muerta y fue un símbolo sexual. Él está vivo y todavía escribe, anticipó la declamación de Oración por Marilyn Monroe, de Ernesto Cardenal.
-Para que a partir de ahora no vuelvan a ver una t-shirt con su rostro con los mismos ojos.”, añadió.
El joven de tennis inmaculados y cerquillo perfecto no encontraba como regresar a su celular.
“Señor recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de Marilyn Monroe / aunque ése no era su verdadero nombre (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar) / y ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje / sin su Agente de Prensa / sin fotógrafos y sin firmar autógrafos / sola como un astronauta frente a la noche espacial”, comenzó el famoso poema del nicaragüense.
El texto de extensas estrofas suena a historia. Los desinteresados siguen con atención las pausas para capturar aire del poeta aún cuando se hace la parada en “Jardines”. Con sus gestos dramáticos, con su voz firme él está hablando de una famosa, de una de las más famosas en el firmamento del cine de Hollywood. La intensidad va en aumento. Esa mujer está sola y triste. Es desdichada y sigue sola. Rodeada pero sola. Nadie parece escucharla.
“¡Contesta Tú el teléfono!”, enfatiza el poema en la última estrofa.
-Que caiga Hollywood en un día y sus mercaderes, añadió y su última palabra coincidió con la apertura de las puertas del vagón. Penúltima parada: “Deportivo”. Aun el poderoso final del poema flotaba en el aire cuando con un ágil movimiento el poeta -capa y maleta en mano- salió del vagón. Desapareció.
-Adió pero si yo iba a darle alguito, dijo un señor menudo en mano, tiene lo suyo ese muchachito, sabe.
-Pero, pa dónde se fue si queda una parada, preguntó una señora aún con el sello de acompañante de paciente -distintivo del Centro Médico- pegado a su blusa.
-Ay Virgen, qué talentoso verdad, dijo otra, pero está muy flaquito, yo quisiera ser así como él. Y hacerle un poquito de comida.
-Iba bien, iba bien, sentenció el joven de tennis inmaculados y cerquillo perfecto.
Cuando el tren llegó a su destino estaba en el andén. Aguardaba maleta en mano la última llamada por los altavoces para entrar nuevamente a cualquier vagón. Su tercera llamada antes de entrar en el escenario que esa mañana eran los vagones del tren.
-¿Cómo tú te llamas?, le preguntan.
-Johann, Johann Figueroa González, contesta con una amplia sonrisa en el momento justo, en el instante adecuado en que aprovecha que sube el telón de acero y se expone al público.
Ese que debe hacer suyo con poesía en menos de quince minutos. Para no espantarlos.
1 Comment
Gran contenido, sigue haciendolo de esta manera
y cada vez llegará lo verá mas gente, como yo, que te he encontrado por internet y me
has dejado impresionado
=)