on zapatos de doble tono -la punta marrón y el resto blanco- un caballero camina lentamente en su calle Loíza que no está como otros días. Hoy la vía es la reina así que los vecinos -y los de afuera- aplauden su historia y sus ganas de dejar atrás tanto el olvido como el abandono con la celebración de las Fiestas de la Calle Loíza 2015. Más bullicio, ningún carro y mucha gente pintan el panorama en esta tercera edición del evento.
“Sa-bro-so”, opina en voz baja sobre lo que escucha en tarima el caballero -perfumado en medio de un calor inmisericorde- y altera su andar para tirar unos pocos pasos de salsa cuando 5 en clave toma el control del escenario.
“Ah, sabroso”, repite suavemente porque la voz del cantante se eleva mostrando calibre y la percusión insiste en que no es momento de caminar sino de responder a ella. Entonces tira unos pasos salseros casi frente a sus compañeros que le esperan -boina y perfume igual que él- prestos a pegarle el vellón por la elegancia y el meneíllo.
“Óyeme, zapatos de gala y tó”, bromean sus pares y el caballero modela su calzado con otros pasos que no son más rápidos porque los años no ayudan.
Cuando los jefes de esa familia de cuatro decidieron demostrar, la acera fue su pista de baile. ¿Swing? Sí, había. ¿Afinque? Sobraba”
En la acera, una madre y un padre bailan esa misma salsa con la sintonía que regala la complicidad añeja, aprendida en fiestas familiares y no en escuelas profesionales de baile. Poco antes, la madre enseñaba pasos a su hija adolescente mientras el varón, un poco mayor, se burlaba de ambas. Cuando los jefes de esa familia de cuatro decidieron demostrar, la acera fue su pista de baile. ¿Swing? Sí, había. ¿Afinque? Sobraba.
Desde su ventana en un segundo piso, una joven mujer observaba el revolú que había en su calle Loíza. El reggae sonaba fuerte y sin inmutarse ella veía cómo el área no provocaba temor y atraía visitantes que parecían haberla olvidado. Allí los espacios vacíos poco a poco son revividos con otras aventuras empresariales. Nuevas definiciones de éxito se prueban cual laboratorio en la calle que conecta Condado con Isla Verde.
Pero en ese momento había fiesta en la Calle Loíza. Desde la calle Jefferson, Cordero, Aponte, Los Baños, Palomas, Moczo o Corchado, entre otras, arribaban familias con niños, jóvenes en grupos y, muchas cabezas blancas dispuestas a ser parte.
Las carpas con artesanías de todo tipo, incluidos los libros-objeto, atraían como imán. Las licuadoras no tenían tregua porque la garganta pedía piña colada, frappe y cualquier bebida que refrescara. ¿Se enteró el sol que ya estamos en otoño?
Megáfono en mano, Lester Nurse Allende y Orville Miller caminaban la calle narrando su historia. El recorrido histórico gratuito que te hace regresar a los tiempos en los que la vía fue bautizada Calle José Martí no escatima en datos. Lo mismo menciona comercios antiguos que residentes célebres como Pellín Rodríguez, Roberto Rohena o los payasos Gaby, Miliki y Milikito. El trayecto culmina en la antigua calle Calma, hoy calle Ismael Rivera, en la que ubica la residencia del Sonero Mayor; lugar donde el sonido y el salitre bendijeron sus oídos y su garganta.
Talleres de arte para niños, perfomances, moda bajo el techo en telas elásticas creado frente a la tienda Ladicani, “selfies por el Caño” como parte de la campaña en apoyo al dragado de la zona, y músicos fuera de tarima aprovechando el público cautivo, sucedían de forma simultánea. Los restaurantes mostraban sus especialidades, los pulgueros sus tesoros y los artistas del tatuaje guíaban a las pieles primerizas en el universo de la marca permanente.
Después vendrían el romance con el bolero, el eterno despecho de la bachata, el revuelo de la plena puesto que en agenda estaban las presentaciones en tarima de Los Pleneros de la 21, Tiempo Extra, La Quilombera, Ricardo Pons Trío y D’Compadres.
La calle Loíza no peleaba con la morra el pasado domingo. Fue la anfitriona ideal de unas fiestas que recordaron que sigue allí. Y no muerde.
No comments