scuchaba la radio el joven músico cuando comenzó a sonar la canción, Brinda por mí, cuyo arreglo musical era de su autoría. “Te la comiste Louis García”, dijo al final de la grabación el cantante. El gran cantante Cheo Feliciano.
“Imagínate lo que eso significó para mí que era un muchachito de veintipico de años”, subraya García despertando la emoción añeja que le provocó que un cantante consolidado, querido y exitoso celebrara públicamente en una grabación su trabajo como arreglista en el 1979.
Poco después de eso, y por recomendación del cantante Bobby Valentín, García fue reclutado por Feliciano como su director musical. Así se encargó de la acción en las tarimas donde se presentara el salsero en y fuera de Puerto Rico.
“Empecé con él en el 1980”, explica el músico oriundo de Guaynabo, “me encargaba de la orquesta La Internacional aquí y luego de la orquesta Sentimiento 25 que se formó para el concierto que celebraba los 25 años de carrera de Cheo en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré. Si la orquesta no viajaba al exterior, me iba yo antes para escoger entre doce y catorce músicos en el sitio y ensayarlos allá”.
Mientras más presentaciones musicales trabajaban Feliciano y García, más se afinaba la sintonía requerida para que un tema transcurra sin problemas.
“Esa química que existía se hizo más fuerte, fueron tantos años que llegó el momento en que hasta con los ojos cerrados yo sabía lo que tenía que hacer para que cada presentación fuera un éxito, para que la orquesta y Cheo sonaran bien”.
Esto incluía que Feliciano se olvidara de hacer señas a su agrupación indicando, por ejemplo, el cierre de un tema. “Lo de él era entregarse al público y yo ocuparme de la orquesta. Uno lo va conociendo, por ejemplo, en algunos números yo sabía que después del soneo, venía el cierre de la canción porque Cheo ya quería cantar otra. A veces solo me miraba o yo le tocaba la espalda y ya sabía que venía un puente musical o un mambo”, relata García, egresado de la Escuela Libre de Música de San Juan quien toca el trombón y la guitarra.
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Feliciano tomaba agua a temperatura ambiente antes, durante o al final de una presentación. Lo importante era tener el vaso cerca para cuando “se me secara la garganta”, recuerda García que decía el cantante ponceño.
Lo agradecía siempre. Tanto el vaso de agua como la entrega en escena. García destaca que Feliciano nunca dejó de disfrutar una ejecución honesta y sentida de los músicos, esos cómplices que le permitían alcanzar con su voz a un público de todas edades y en múltiples geografías.
“Cheo era sumamente agradecido todo el tiempo, aquí y afuera, en vivo y en grabaciones”, insiste García, “cuando un músico hacía algo bien él lo mencionaba ‘en la trompeta Fulano’ o ‘aquí Perico (Luis ‘Perico’ Ortiz) o Papo Lucca’. Y lo hacía porque entendía que esas intervenciones musicales mejoraban el concierto. A Cheo le gustaba que sus músicos tocaran y dieran el máximo, yo te diría que en todo este tiempo, entre un 90 y 95% de las veces tuvimos éxito”.
García subraya que cuando una orquesta toca al nivel esperado, invita al músico a subir el suyo. “Si Cheo pensaba ‘esta orquesta me inspira’, él echaba el resto en tarima. Y si el público era bien expresivo y emotivo mucho mejor porque no hay nada peor que no ver una reacción positiva porque parece que están ahí obligados”.
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Con un bajo, un piano y la percusión se enamoraban los oídos de Cheo el sonero. “Los primeros siete u ocho años que estuvo en el grupo de Joe Cuba no había vientos, solo un vibráfono así que él se acostumbró a ese sonido. A él le gustaba lo que a todos, un ritmo pesao que no se saliera de tiempo”.
Cheo el bolerista, de otra parte, tenía una seria relación con el piano, instrumento mediante el cual lograba su afinación.
“Y cuando escuchaba una orquesta con trompetas que lo que estaba dejando era masacote, se lo disfrutaba muchísimo. Por eso se gozaba solos como los de Juancito Torres o Angie Machado”, menciona García entre otros trompetistas.
Que esa voz gravitara cómodamente entre la salsa -y su soneo- y el bolero era digno de admiración, a juicio del director musical.
“Cheo fue también uno de nuestros boleristas más grandes, le encantaba ese género y su dominio era absoluto. Le gustaba cuando sonaba bien el piano y por eso a veces pedía aplauso para Lenny Prieto o Luis Marín”.
A los músicos boricuas les sorprendía esa costumbre de Feliciano de compartir el foco de atención en escena. “Lo hacía de manera natural y ellos estaban muy agradecidos”, señala García.
Cuando era en el exterior, la emoción, quizá, era mayor. Muchos músicos habían crecido escuchando a Feliciano y, afirma el director musical, ser seleccionados para acompañarlo lo tomaban como un honor.
“Por lo general yo les enviaba las partituras antes, llegábamos y yo los ensayaba. Cuando Cheo llegaba les daba la mano a cada uno y los saludaba con su tradicional “¡familia!”, como si los conociera desde hace veinte años atrás. Entonces esos músicos, a la hora de la verdad, daban el máximo y se notaba”, asevera sobre presentaciones integradas, generalmente, por trece o catorce canciones.
“La gente lo quería de verdad porque él conectaba con ellos. Yo creo que a Cheo le gustaba sentirse querido. Nunca le conocí un enemigo. Cada público de cada país lo sentía como uno de sus artistas, él sabía bregar todo tipo de público”.
García señala que no vivió momentos difíciles con Feliciano.
“Solo recuerdo una vez que pasábamos por Haití y me dijo que una vez lo invitaron a tocar allá pero no aceptó, y no aceptaría nunca, ‘por la forma en que tratan a los negritos’. No le gustaban los abusos de ninguna clase y menos con niños”.
Durante las giras, García presenció múltiples entrevistas a Feliciano en medios de comunicación de toda América pero nunca olvida la primera que atestiguó.
“Fue en el periódico más importante de Colombia y lo entrevistaba el editor del periódico y habían historiadores y expertos en música que le preguntaron de todo, desde su crianza, su forma de cantar hasta de su problema con las drogas. Cheo contestó todo bien natural, de la misma forma que hablaba con el público y cuando terminaron se levantaron todos a darle un aplauso. Yo me quedé sorprendido y pensé ‘Cheo pudo haber sido político’. Tenía el don de cantar y de la comunicación”.
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Lo menos que esperó García, aún cuando Feliciano tenía 79 años, es que dirigiría la orquesta que tocó en su velatorio. Con la asistencia de miles de boricuas, éste tuvo lugar el año pasado en el Coliseo Roberto Clemente en San Juan.
“Eso fue terrible, yo estaba tocando y llorando a la misma vez”, rememora, “el día que se cumplió un año me levanté con una tristeza como si fuera aquel día otra vez. Es difícil, tengo que hacer buche cuando hablo de esto porque fueron muchos años. Aunque Cheo era 17 años mayor que yo, era mi pana”.
Ahora cuando García trabaja con otros salseros jóvenes, les pide cosas que a Feliciano le resultaban naturales como el dominio del público en tarima. “Muy pocos tienen eso, Cheo, Andy Montañez, Gilberto (Santarrosa), y es a su manera. Uno se acostumbra a su inspiración y a su soneo, y ahora siento que puedo ayudar a otros”.
Aunque con el soneo es otro cantar. El sonero nace. “Cheo era un trovador de la salsa. Igual que hacen nuestros trovadores con la música de la montaña, te dabas cuenta de que para el soneo él se lo inventaba todo en el momento”, resalta sobre el cantante que acostumbraba a tener una apariencia impecable, “nadie puede decir que vio a Cheo Feliciano tirado”.
Si bien hace 24 años García dirige la orquesta que se confecciona especialmente para cada Día Nacional de la Zalsa, evento por el que han pasado los nombres más importantes de este género musical en y fuera de la Isla, y también hace arreglos musicales para otros artistas, le resulta difícil acostumbrarse a no trabajar con Feliciano.
“Es que después de acompañarlo a él…”.
“Yo tengo que agradecerle que me escogiera como su director musical cuando yo tenía 27 ó 28 años nada más, sabiendo que estaríamos en lugares alternando con Rubén Blades o Oscar de León, por ejemplo. La gente asumía que si Cheo me había escogido, aunque fuese joven, era porque yo tenía que ser bueno. Eso todavía se lo agradezco”.
Feliciano, en cambio, le agradecía públicamente a García haber sido su “angelito de la guarda”.
“Todos me asocian con Cheo y si él me presentaba así era porque yo me preocupaba porque luciera bien en todas sus presentaciones. Esa voz era increíble y yo la protegía hasta en los días en que se levantaba un poco ronco”.
Esos días en que humanamente era imposible ser Cheo Feliciano y, aún así, lo lograba.
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