«Como un hermoso murmullo, con la fuerza de las lianas o de los bonsáis,
este libro de cuentos crece en voz baja.»
– Carlos Fonseca, autor de la contraportada de Ventanas, de Christian Ibarra
Miramos por la ventanas y pausamos. Lo que queda del otro lado comienza a sentirse nuestro. Nos acercamos a través de ese crisol a narrativas que, antes de que pusiéramos nuestros ojos sobre ellas, quizá nos resultaban ajenas. Ahí estamos, en el límite entre lo extraño y lo familiar, dispuestos a poner la mirada sobre lo habitual. A veces, ese ejercicio se hace libro.
Ese es el caso de Ventanas, la nueva colección de cuentos cortos del escritor y periodista puertorriqueño Christian Ibarra, publicada por Libros AC.
En los nueve cuentos que conforman la publicación, Ibarra presenta acercamientos diferentes a la naturaleza poética de lo cotidiano. Para lograrlo, el autor de 30 años construye una comunidad de personajes que incluye amantes vulnerables a las rutas del tiempo, una hija entre fragmentos de la memoria, un cuerpo ante otro cuerpo, tres amigas hilvanadas por relojes de afectos, el imaginario de un niño, un padre ante un espejo, dos individuos que intentan mantenerse a flote, un niño envejecido, y un trabajador tal vez resignado, pero no rendido.
Las acciones narrativas toman lugar en espacios habituales, como la intimidad de una sala de estar o las carreteras de Puerto Rico -quizá porque tantas veces un país es también un hogar en donde querer estar.
Entre relatos, surgen preguntas -y respuestas- en voz baja, planteamientos que lejos de ser pronunciados, se inscriben en el imaginario como un susurro: cuántas veces todo pasa, precisamente, porque nada pasa, cómo se les lucha en contra a los silencios que no se quieren, pero se anticipan; cuántas veces no ahogarse es sinónimo de lograr amar, cuántas tazas que ahora lucen repletas extrañaremos cuando se nos revelen como vacías, qué se hace con los afectos que evolucionan sin permiso con el paso del tiempo, quiénes logran convertirse en una ola, en un abrazo con sol, o en una ventana, un crisol desde donde contemplar lo hermoso por simple.
De los nueve cuentos, solo uno -Ventanas- palpita como el corazón del proyecto literario. No en balde la colección lleva su título. Leerlo es encontrarse ante la tesis del proyecto literario: la simpleza como cómplice de la belleza, la cotidianidad como portadora de lo conmovedor.
Adentrarse en sus líneas es, además, descubrir que barrer hojas, agarrar una escoba y no soltarla hasta haber dejado sobre el suelo la muestra de ese ejercicio repetido como rito, aunque nada eterno pase, quizá sea lo mismo que reivindicar la validez de lucharle en contra al tiempo.
En Una caja de zapatos, por otro lado, el autor nos regala la posibilidad de entender la fotografía como un hogar de afectos, puente de sintonía con recuerdos que, aun sin haberse vivido, de alguna forma también son nuestros.
“Dice Ibarra en las primeras líneas del libro que ‘viajar es tejerse una colección de recuerdos y espacios que a veces también se desvanecen’”.
En palabras del escritor Carlos Fonseca, autor de la contraportada de la publicación, Ventanas es “un libro bello y sereno, escrito desde el fulgor de lo íntimo, en el que descubrimos una voz que nos deja saber – a modo de consuelo- que no estamos solos”.
Es un libro que acompaña, aunque las ausencias aparezcan como tema recurrente en varias de sus viñetas, como en El mar y en López, por ejemplo. El amor y sus formas, por otra parte, también arriban a la lectura, en textos como Tres y A flote. Asimismo, las dimensiones de las relaciones paterno-filiales dicen presente, tanto desde el pensamiento de un niño, en Puki, como desde la mirada de un hijo a su padre en pleno ritual cotidiano, en el cuento Ventanas.
Dice Ibarra en las primeras líneas del libro que ‘viajar es tejerse una colección de recuerdos y espacios que a veces también se desvanecen’.
Por suerte, gracias al poder inmortalizador de la literatura, la poesía de los actos cotidianos que protagonizan la nueva colección de cuentos de este autor puertorriqueño no se desvanecerá; queda, cual recordatorio de todas las ventanas cotidianas, escuálidas y conmovedoras que nos rodean, listas para susurrar.
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