a única vez que la cámara se mueve en Las vacas con gafas, película escrita y dirigida por Alex Santiago, es porque algo importante va a suceder. El solo hecho de que se desplazara desde el rostro de un personaje y dejara ver parte del interior de su residencia hasta llegar a los comensales en el comedor, aportó al momento culminante de la historia: ese instante en que entiendes todos los silencios y las rutinas de Marcelino Sariego, el protagonista de la película.
Le dicen Marso y es pintor. Pero repentinamente comienza a perder su vista poco a poco y eso altera, como es de esperar, su rutina de vida. Contrario a lo que uno pensaría, el miedo a la oscuridad no lo hace pintar como un loco para aprovechar lo que queda en sus ojos sino que revisa los cabos inconclusos en su vida. Eso lo lleva a su hija, la escritora de libros de autoayuda Isabel Sariego, con la que tiene una distante relación.
Las escenas en todos los sitios siempre son vistas en el mismo encuadre: en su cocina, en la farmacia, en su oficina en la universidad donde enseña dibujo, en su taller. Por eso no me acostumbré a las sorpresas, veía a Marso, escuchaba a Marso -y a sus odiadas palomas- trataba de entender a Marso.
Esa decisión del director me pareció acertada, me forzaba a meterme en la mente del pintor para tratar de tener alguna empatía con un viejo gruñón, repleto de acciones repetidas.
Puerto Rico se ve en toda la cinta sin parecer un anuncio de turismo, ahí estaba el Viejo San Juan, ahí estaban las barras con sus habladores, el ciego que vende dulces en la esquina pero existen por algo y para algo.
El tema de la pérdida de la visión se trata con rigurosidad y la soledad se muestra con sus orígenes y consecuencias.
La historia de Marso es real, le puede pasar a cualquiera en Puerto Rico, todos podemos ser Marso
El elenco gira en torno al personaje de Daniel Lugo, Marso, quien hace una caracterización excelente de un hombre que no tiene destrezas de socialización ni filtros adecuados. A su alrededor gravita un elenco que entrelaza primeros y prometedores actores del País en apariciones esporádicas aunque contundentes.
La historia de Marso es real, le puede pasar a cualquiera en Puerto Rico, todos podemos ser Marso. Al final de una película, quiero sentir que lo que ví me enseñó y me enriqueció. Las vacas con gafas lo logra.
Es un esfuerzo del cine puertorriqueño que no recurre al chiste trillado, a la mundanidad que tenemos alrededor a diario y eso permite al espectador sentir algo refrescante aunque se trate de un tema oscuro.
La cámara se moverá, tengan paciencia. Y en ese momento la luz llegará.
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