uego de 422 años de la llegada de los europeos, pocos rastros de los primeros colonizadores perduran en nuestra vida cotidiana. Aparte de las ruinas de Caparra, las estatuas en las plazas del Viejo San Juan y el nombre de la ciudad de Ponce, pocas señas visibles validan que en verdad alguna vez existieron. Sus nombres y ejecutorias oscilan entre la fábula y el mito, ya sea para bien o para mal.
Pero no así en nuestros barrios. Rastros de la antigua era de los primeros europeos en Puerto Rico han sido perpetuados en los nombres propios, o topónimos, de los más de novecientos barrios puertorriqueños reconocidos por el Censo. Aunque su origen se haya olvidado, con el tiempo las comunidades se apropiaron del nombre, y lo hicieron seña de su identidad.
Por ejemplo, el nombre Barrio Pueblo Viejo en San Juan es una referencia al pueblo viejo de Caparra, el primer asentamiento español en la Isla. En pleno Siglo XXI, el topónimo de este barrio aún nos recuerda el traslado de la capital a la isleta, acaecido hace más de 490 años.
Pocos años antes de dicha mudanza, Juan Ponce de León enfrentó a una fuerte rebelión de las comunidades indígenas. Historiadores han localizado el enfrentamiento definitorio de ésta en la boca del Río Cohayuco (Yauco) donde las fuerzas de Ponce de León triunfaron decisivamente. Si buscamos hoy este lugar lo hallaremos en el Barrio Boca, muy cerca del Barrio Indios de Guayanilla. El nombre del Barrio Indios es quizás una antigua referencia a este épico enfrentamiento indígena.
Otros rastros de estas rebeliones indígenas aun persisten. Se entiende que la Cuchilla Juan González y su barrio homónimo en Adjuntas, aluden al angustioso recorrido del legendario explorador e intérprete Juan González, que acompañó a Ponce de León en 1511. González fue una figura mítica -perpetuado en leyendas y fábulas locales- a quién se le atribuye cruzar la isla herido para llegar a Caparra a avisar a Ponce de León de la rebelión y del asalto a la Villa de Sotomayor. Presuntamente la ruta que tomó y que se conoció en el Siglo XVII como el Camino Juan González, era en realidad una antigua vereda indígena que conectaba Cayey con el actual municipio de Coamo, cruzando por Aibonito, a través de varias antiguas aldeas indígenas.
Hubo caciques que no participaron en la rebelión de 1511. Tanto Ponce de León como el Obispo Alonso Manso lograron concertar pactos estratégicos con algunos de los caciques. Uno de ellos, el cacique menor del Utoao, fue bautizado con el nombre de Don Alonso de Otoao en 1511 y así pudo retener sus tierras. Aunque el cacique falleció en 1521, la región se siguió llamando el Asiento de Don Alonso y aún nombra al Barrio Don Alonso de Utuado.
Muchos de nuestros barrios y pueblos cuentan con nombres propios de personas (antropónimos). Uno de estos es el de Luis de Añasco, capitán de la fuerza que se enfrentó la rebelión indígena. Por sus servicios recibió honores, indios y se le asignó un gran litoral de la región oeste para poblar y colonizar. Allí vivió por muchos años, estableció un ingenio y dejó su nombre de forma perpetua en nuestra geografía.
Don Amador de Lariz o Laris fue otro de los favorecidos en 1512, tanto con indios, como con extensas posesiones de hato, que incluían lo que hoy conocemos como el pueblo de Lares. Su nombre también aparece en Cuba, vinculado a las expediciones de Hernán Cortés. Igual sucedió con el poblador Álvaro Trujillo -dueño de un hato que cubrió parte de los actuales municipios de Trujillo Alto y Carolina- y al colonizador Luis de Fajardo. Ahí el origen de los topónimos municipales de Trujillo Alto y Fajardo, respectivamente.
Pero no todos los colonizadores tuvieron un final feliz. Muchos sucumbieron a la furia indígena. Juan Alonso, “un esforzado colonizador” murió en los asaltos de los indios Caribes poco después de la rebelión de 1511″
Pedro Luis o Pedro Ruíz de Barrasa también enfrentó la rebelión de los indios de 1511. A cambio, recibió los indios del cacique Urulloa en repartimiento. Su nombre y el de su hermano Diego han sido vinculados con el topónimo del Barrio Barrazas de Carolina. En las relaciones más antiguas, dicho barrio aparece escrito como Barrasa, y se le menciona como una de las últimas zonas en que persistieron comunidades indígenas puras.
Pero no todos los colonizadores tuvieron un final feliz. Muchos sucumbieron a la furia indígena. Juan Alonso, “un esforzado colonizador” murió en los asaltos de los indios Caribes poco después de la rebelión de 1511. Otra víctima fue Fray Alonso de Espinar, fundador de un convento franciscano destruido por los Caribes en 1529. Cuatro siglos más tarde, el primero sigue presente en el Barrio Juan Alonso de Mayagüez y el segundo en el Barrio Espinar de Aguadilla. Allí permanecen las ruinas de la ermita que se erigió posteriormente en memoria de los “mártires de Espinar”.
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El área oriental de Puerto Rico fue una de las más afectadas por el embate de los Caribes. Por muchos años, los indígenas destruyeron sistemáticamente todos los asentamientos españoles. Una de sus presuntas víctimas fue Cristóbal de Guzmán, un colono agrícola que murió a manos de los Caribes, según testimonio de su viuda a las autoridades españolas. Es muy probable que sus antiguas tierras correspondan a los dos barrios Guzmán (Guzmán Arriba y Guzmán Abajo) de Río Grande.
El origen de los nombres de los barrios Minillas de Bayamón y San Germán, y del sector del mismo nombre en Santurce pueden ser de la temprana colonización. La extracción de oro en esa época no fue en minas convencionales, sino a través del lavado en “minillas” en las áreas menos profundas y arenosas de los ríos. Aunque los cuerpos de agua en Santurce se rellenaron para construir la Avenida Baldorioty, persisten los Ríos Bayamón y Guanajibo en los otros dos barrios aludidos.
Cuando escaseó el oro en los ríos, los colonizadores se enfocaron en la agricultura. Uno de ellos, Gregorio de Santa Olaya o Santolaya (o quizás Gonzalo de Santa Olalla) construyó en 1528 un trapiche de caballos y el primer ingenio hidráulico en el litoral del Río Bayamón. A Santa Olaya también se le atribuye la introducción del cultivo de la caña de azúcar en Puerto Rico. En Bayamón aún persiste su memoria en el nombre del Barrio Santa Olaya.
Algo similar sucedió con Juan de Espinosa, beneficiario del repartimiento de indios en 1509 y su hijo Pedro, contador de San Juan, ambos dueños de una de las estancias principales de la ribera del Toa. Su apellido nos queda para siempre en el nombre de los barrios Espinosa de Dorado y Vega Alta.
No muy lejos del Barrio Santa Olaya, en la parte sur de Bayamón y al norte de Naranjito, hay dos barrios colindantes de mismo nombre llamados Barrio Nuevo. Pero en realidad, de nuevo no tienen nada. En las crónicas más antiguas aparecen ambos barrios con el nombre de Barrionuevo y han sido vinculados con Francisco de Barrionuevo, cofundador de Caparra y prominente colonizador, beneficiado del repartimiento de indios de 1509 y custodio de la Isla de Mona.
De la misma cepa proviene Pedro Ortiz, que en 1510 compró a Ponce de León un conuco de yuca a la orilla del Río Toa, posiblemente en donde hoy está el Barrio Ortiz de Toa Alta.
Las crónicas registran otros colonizadores cuyos apellidos pueden haber dejado huella en sus antiguos hatos: Víctor y Juan Guilarte, beneficiarios de los repartimiento de indios en el Siglo XVI, dueños de ingenios y colaboradores en las acciones contra los Caribes (Barrio Guilarte de Adjuntas); Pedro de Ávila, uno de los regidores de la Villa de Caparra para 1510 (Barrio Pedro Ávila de Cayey); Rodrigo Franquez, dueño de un ingenio en 1540 (Barrio Franquez de Morovis); Diego Hernández, pregonero en 1548 (Barrio Diego Hernández en Yauco); y Juan Martín, socio de Rodrigo Franquez en la operación de un ingenio en 1540 (Barrio Juan Martín en Luquillo; entre otros.
Otros, como el Barrio Sabana de Vega Alta, perdieron parte de su nombre con el tiempo. Inicialmente llamado Sabana Martel, este barrio hacía referencia al Regidor Alonso Pérez Martel, un pionero en la fundación de ingenios en el área del Río Toa. Muchos otros antropónimos de barrios y sectores quedan aún sin esclarecer con certeza.
Un topónimo crucial parece estar ausente: el de Cristóbal Colón. Su nombre no consta en barrios, ríos, o en la topografía. Pero sí persiste en su descendencia. Se ha vinculado al Almirante y Virrey don Diego Colón, hijo de Cristóbal, con una estancia que supuestamente le fue asignada en ausencia. Dicha estancia debió inicialmente estar localizada en el Valle del Toa, pero según fue pasando el tiempo, fue trasladada a áreas más escarpadas, ante la urgencia de nuevas tierras de cultivo. Allí, en lo más alto del mogote, los topónimos de Almirante Norte y Almirante Sur de Vega Baja, aún esperan al Almirante que nunca regresó a reclamarlos.
Más que honores y reconocimientos, el destino ha otorgado a nuestros primeros colonizadores el legado más trascendente: sobrevivir a lo largo de los siglos denominando algunos de nuestros barrios. Siguen ahí, aunque desapercibidos, y más de cinco siglos después siguen siendo parte de nuestra vida cotidiana.
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Espectacular