arnavales, hoteles y cruceros es lo primero que cruza la mente de los puertorriqueños cuando piensan en el calipso. El ritmo oriundo de Trinidad resulta algo exótico en la Isla Grande pero para sorpresa de muchos, es parte clave de la identidad viequense. En palabras del director de la Banda Municipal de municipio, Fernando Silva, “a pesar de que soy puertorriqueño y amo mi plena y mi bomba, el calipso es algo bien especial en mi vida desde siempre”.
El arraigo a los ritmos calipseros y al dron en la comunidad de Vieques es rescatado por la profesora Nadjah Ríos Villarini en el documental Vieques, manos arriba. El filme resalta la historia de la isla en el contexto caribeño y la trayectoria del calipso en ella con miras a recuperar una memoria desconocida para algunos y perdida para otros, que habla de una identidad viequense que trasciende barreras lingüísticas, políticas y geográficas y de ese modo retar nociones sobre qué constituye la identidad nacional puertorriqueña, si es que existe tal cosa.
Cámara en mano, la profesora de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, visitó la isla municipio en el verano del 2013 para ser testigo de la transformación del espacio público en preparación para una gran fiesta que parecía más propia del Caribe anglófono que del resto de Puerto Rico. Y en gran medida lo era. Vieques es más de allá de lo que pensamos.
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El carnaval comenzó con el ritmo enérgico de los drones de acero de una banda que marchaba por las calles, seguida por una marea de pavas y máscaras con plumas y lentejuelas de todos los colores. Así es la Isla Nena más allá de la Marina y el abandono, un lugar donde calipso, bomba y plena se funden con naturalidad, tal como capturó el lente de la profesora.
La relación entre Vieques y las Antillas Menores se remonta al Siglo XIX cuando a la isla, olvidada por los españoles, llegaban muchos franceses y emigrantes de las colonias inglesas y danesas que venían a trabajar en la industria azucarera. Pero a partir del 1917 serían los viequenses quienes comenzarían a navegar hacia al este, principalmente a Santa Cruz, en busca de mejor fortuna. Ahí se encontrarían con el calipso.
“La historia del calipso en Vieques nos remite a una diáspora importante que amerita más atención, no sólo porque apunta a nuevas direcciones cartográficas, sino que además ofrece la posibilidad de entender a Puerto Rico como parte de un archipiélago sin fronteras que nos conecta con una cuenca caribeña amplia”, explicó Ríos Villarini.
En el Archivo Histórico del municipio, la profesora encontró que a través de las décadas la crisis de la industria azucarera, la depresión económica de los años 30 y la expropiación de terrenos por parte de la marina estadounidense forzaron a muchos a emigrar hacia las recién adquiridas Islas Vírgenes, donde Estados Unidos intentaba desarrollar una economía basada en la caña.
Los lazos entre quienes iban y venían sirvieron de puente para la cultura calipsera, que en el 1957 entraría a la plaza del pueblo con el ritmo y el alboroto de una banda de Santa Cruz compuesta por niños descendientes de puertorriqueños.
Will Colón y Tommy Villabeitía, entrevistados en el documental, fueron dos de los menores curiosos que corrieron aquel día a la plaza a averiguar qué era aquello que retumbaba por las calles. Los drones de acero marcaron el resto de sus vidas. Luego de formar parte de la primera banda juvenil de Vieques, ambos se dedicaron al calipso, la elaboración de drones de acero y la promoción de un ritmo que trasciende fronteras geográficas y une las vivencias de las islas caribeñas.
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