or varios siglos, el propósito principal del Hato del Rey fue alimentar al ejército de España en Puerto Rico. Pero al final del Siglo XVIII, apoyará al ejército como campo de batalla en la defensa del territorio.
La historia convencional le ha dado mucha importancia a las invasiones a Puerto Rico de Sir Francis Drake, Sir George Clifford (Conde de Cumberland) y Baldwin Hendricks (Balduino Enrico) para mencionar sólo los principales. A menudo aborda estos eventos desde una perspectiva nacionalista muy enfocada en la defensa y retención del territorio, sin destacar su importancia en el contexto geopolítico más amplio de un mundo de grandes imperios en guerra.
Este el caso del escocés Ralph Abercromby, responsable del último gran ataque invasor a Puerto Rico hasta el desembarco estadounidense de 1898.
El general Abercromby era un político y militar con una brillante hoja de servicios al Rey de Inglaterra. En su juventud participó en la épica Guerra de los Siete Años. Al juntar filas con otras potencias europeas, se expuso a las más novedosas técnicas militares de la época. Posteriormente ocupó un escaño en el Parlamento Británico, pero su estrella política se opacó por su alegada simpatía con los revolucionarios estadounidenses.
Luego de una década fuera de la milicia, en 1796 le fue encomendada la conquista de nuevos territorios americanos. Como comandante en jefe de las fuerzas británicas de las “West Indies”, Abercromby tenía a su cargo una de las fuerzas militares más formidables del Imperio. Y la puso en uso: venció la larga resistencia de los últimos Caribes negros de St. Vincent, y los exiló a Centro América. Así erradicó las últimas resistencias y vestigios de las poblaciones indígenas de las Antillas Menores. Aparte de St. Vincent, hizo británicas a las islas de Grenada y St. Lucia, a par de enclaves en las Guyanas, y a Trinidad y Tobago, quizás su conquista caribeña más importante. Estas ejecutorias le valieron importantes cargos y honores en Inglaterra. Convocado a una nueva expedición en el Mediterráneo, falleció en 1801 en operaciones militares en Egipto.
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Con Abercromby los británicos culminaron un largo proceso de ocupación estratégica de las Antillas Menores, otrora consideradas “islas inútiles” por los españoles. Comenzando con Barbados, establecerían allí algunos de los más ricos emporios agrícolas del mundo a través de la caña de azúcar. Con Trinidad marcaban la frontera este de su archipiélago sacarino caribeño, con Jamaica como su frontera más occidental.
Aparte del azúcar, sus posesiones caribeñas le ofrecían grandes ventajas estratégicas contra España, su mayor enemigo. También protegían su pujante cadena comercial, un triángulo que conectaba al Caribe como suplidor, a las trece colonias del norte como traficantes y a las Islas Británicas como procesador y beneficiario.
Pero sus dos fronteras caribeñas eran muy distantes. Era necesario contar con un eje que sirviera de frontera oriental a sus enclaves en las Antillas Mayores y de frontera occidental a sus Antillas Menores. La solución urgente era la ocupación de Puerto Rico.
Como resultado, el 17 de abril de 1797 el General Abercromby invadió Puerto Rico con un ejército formidable de entre 7,000 y 13,000 efectivos y entre 60 y 64 navíos, reforzado por un contingente de muy experimentados mercenarios alemanes”
Aparte de su tierra, de sus aguas y de su potencial azucarero, Puerto Rico ya les suplía de contrabando vitales productos agropecuarios para las Antillas Menores. No sólo añadirían los acervos productivos de Puerto Rico sino que, de paso, se librarían de los corsarios boricuas que tanto perjudicaban su comercio marítimo. Lo de Puerto Rico no era una expedición aventurera, sino un imprescindible objetivo económico y geopolítico para el Imperio Británico.
Como resultado, el 17 de abril de 1797 el General Abercromby invadió Puerto Rico con un ejército formidable de entre 7,000 y 13,000 efectivos y entre 60 y 64 navíos, reforzado por un contingente de muy experimentados mercenarios alemanes. Ya los ingleses sabían lo difícil de un ataque frontal a las defensas del Viejo San Juan, así que anclaron sus buques en Piñones y lanzaron más de 3,000 soldados de sus fuerzas de tierra hacia Cangrejos.
Es un enigma por qué muchos de los efectivos de Abercromby permanecieron en sus barcos. Se ha especulado que los ingleses esperaban el rendimiento de la plaza, como en Trinidad, o que esperaban un apoyo local que no se materializó. Encontraron precisamente lo opuesto.
Con sus tácticas, Abercromby logró aislar por tierra a San Juan del resto de la isla, amenazando además al resto del Hato del Rey y al pueblo del Roble (Río Piedras)”
Rápidamente las columnas del General Ralph Abercromby ocuparon Cangrejos y desde ahí una parte del Hato del Rey. A pesar de la obstrucción deliberada del puente de Martín Peña, el avance inglés obligó a los españoles a abandonar su punto de defensa del caño -llamado el “Seboruco de Barriga”- localizado en lo que hoy conocemos como Cantera. El Seboruco era un importante y estratégico promontorio que fue derrumbado en el Siglo XX; de dicha obra de extracción surge el nombre actual de la comunidad de Cantera. En el barrio persiste un sector de nombre Seboruco, su topónimo más antiguo.
Con sus tácticas, Abercromby logró aislar por tierra a San Juan del resto de la isla, amenazando además al resto del Hato del Rey y al pueblo del Roble (Río Piedras). Pero eventualmente los locales lograron reocupar temporalmente el Puente Martín Peña, restando a los ingleses mucho de su momentum inicial. En la resistencia se combinaron dos fuerzas de características diferentes en polos geográficos opuestos: los ejércitos regulares españoles reforzados con soldados franceses -que defendían el acceso a la isleta de San Juan desde el Puente de Agua (San Antonio)- y algunos ejércitos regulares fuertemente reforzados por batallones de voluntarios, que desplegaban sus operaciones en Hato Rey.
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Se ha estimado que el Gobernador Ramón de Castro y Gutiérrez contaba con aproximadamente 7,000 efectivos para la defensa, de los cuales solamente unos 600 eran militares adiestrados. El resto eran milicias urbanas civiles, con poco o ningún entrenamiento militar equipados únicamente con sus útiles agrícolas cotidianos: machetes, azadas y dagas. En Río Piedras se estableció un campamento de soldados voluntarios de Bayamón, Toa Alta, Loíza, Guaynabo y Caguas, entre otros.
Los ingleses trataron de forzar el puente de San Antonio y lograron sitiar a San Juan. Ante su evidente superioridad numérica, ofrecieron al Gobernador una rendición honrosa. Al ser rechazados, comenzaron un bombardeo naval incesante sobre la capital.
Una de las avanzadas de los ingleses logró penetrar el Hato del Rey y llegar hasta el sitio de El Roble. Mediante refuerzos, incluyendo presidiarios, los locales replegaron nuevamente al enemigo hasta el Puente de Martín Peña y continuaron sus ataques de “guerrilla”. Los ingleses tuvieron que atender dos frentes a la vez, lo que restó ímpetu a su objetivo principal, que era la isleta de San Juan.
Las tierras y manglares del Hato del Rey fueron campo de batalla -y cementerio improvisado- de guerrillas, columnas de soldados, compañías de caballería, y lanchas artilladas que penetraron por los múltiples caños y lagunas del perímetro, para lanzar ataques intermitentes a los ingleses, con notable mención en las crónicas a la labor del frente de Martín Peña, a cargo del “cuerpo volante” de Río Piedras, integrado por muchos residentes del Hato del Rey.
Antes de irse, los ingleses saquearon varias estancias y volaron el antiguo puente de sillería sobre el Caño Martín Peña, edificado con los fondos de Fernando VI y que había sido eje del desarrollo económico del Hato del Rey”
Ante el fortalecimiento de las tropas de resistencia, el estancamiento de la invasión y el anticipado ataque definitivo desde Hato Rey sobre el Puente de Martín Peña, los ingleses optaron por reembarcarse, abandonando en el terreno gran parte de sus suministros y equipos -que aprovechó mucha de la población de Hato Rey- y hasta algunos militares (4 oficiales y 286 soldados, 32 de ellos de origen alemán) que no lograron embarcarse a tiempo. Con los cañones que dejaron se fundió la estatua de Ponce de León que aún apunta a Caparra en una plaza del Viejo San Juan.
Pero antes de irse, los ingleses saquearon varias estancias y volaron el antiguo puente de sillería sobre el Caño Martín Peña, edificado con los fondos de Fernando VI y que había sido eje del desarrollo económico del Hato del Rey.
Nunca se supo el número de bajas inglesas. Los defensores reportaron la pérdida de 42 vidas, más de 150 heridos y varios desaparecidos. Muchos de los muertos fueron puertorriqueños, como José y Francisco Díaz. El blasón del escudo de Toa Alta aún honra su heroísmo, que también dio origen a la famosa copla típica:
En el puente Martín Peña
Mataron a Pepe Díaz
Que era el hombre más valiente
Que el Rey de España tenía.
En la procesión militar para celebrar el triunfo figuró la tenaz columna de la Milicia Disciplinada de Río Piedras, presente pero notablemente rezagada en la retaguardia del desfile. Se ha dicho que las procesiones representan el orden ideal de la sociedad desde el punto de vista de los dominantes. Pero en este caso, los que estuvieron al frente de la importante defensa de Hato Rey, acabaron casi al final del desfile.
Esta no sería la última experiencia militar de Hato Rey, que un siglo después serviría de campamento para repeler una nueva fuerza invasora. Pero esa es otra historia. Nuevas funciones y vitales roles le esperaban a un pujante Hato Rey en el Siglo XIX.
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Aníbal Sepúlveda y Jorge Carbonel (Cangrejos-Santurce, Historia Ilustrada de su Desarrollo Urbano, 1519-1959, 1988); Aníbal Sepúlveda (Puerto Rico Urbano: Atlas Histórico de la Ciudad Puertorriqueña, Vol. 1, 2004); Cayetano Coll y Toste (Boletín Histórico de Puerto Rico, Tomo 13, 1926) Francisco Fernández Valdelomar, Versión del Ataque Inglés a San Juan de Puerto Rico en Aída Caro Costas, Antologia De Lecturas De Historia De Puerto Rico: Siglos 15-18. 1983.); Juan A. Giusti (Invasión inglesa de 1797, 2014) Gilberto Cabrera (Puerto Rico y su Historia Íntima: 1500-1996, Tomo I, 1997); Pedro Tomás de Córdova (Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas de la Isla de Puerto Rico, Tomo II, 1832); Enrique Florescano (Etnia, Estado y Nación: Ensayo sobre las Identidades Colectivas de México: 1997); Rafael Torrech San Inocencio (Los barrios de Puerto Rico, 1999; y Orígenes, configuración y toponimia de los barrios de Puerto Rico, 1994).
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