ual madre, de la O parten todas las letras. La S, sobre todo en formato itálico, requiere empeño. Las letras son exigentes y caprichosas con Nereidín Feliciano pero lo de ella es entenderlas, conocerlas y dominarlas. A eso la ha llevado la intuición, primero, y la razón, después, a lo largo de su vida. La caligrafía es su vía de expresión.
“Pues yo no sabía que tenía paciencia hasta que empecé a hacer caligrafía. Con tres hijos varones la paciencia no estaba por ningún sitio pero cuando puedes pasar hasta tres horas trabajando trazos uno se da cuenta que tiene una paciencia especial. Yo puedo pasar cinco horas el sábado y cinco horas el domingo haciendo experimentos”.
Los que ella trabaja no requieren placas de Pietri, grupos controles o pócimas especiales. Precisan de buen pulso, inclinación constante y firmeza para lograr letras -y palabras- con bellas formas y estilos.
Música clásica de fondo “porque eso ayuda”, su delantal personalizado con la frase “caligrafía es mi pasión” y su caja de caligrafía -cuadrada, en madera y con un callejón del Viejo San Juan pintado- son indispensables a la hora de trabajar. Trabajo, con pasión , suele ser diversión.
“Tuve que poner un reloj en la biblioteca de casa porque, en días de trabajo, sin darme cuenta seguía hasta las dos de la mañana de corrido”, cuenta Feliciano quien es profesora de Historia de Puerto Rico y de Humanidades en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Bayamón, y en la Inter-Metro.
Feliciano enseña y contagia sobre el universo de la caligrafía queriendo y sin querer. Reparte consejos para lograr mejores trazos, detalla las posibilidades de crecimiento de la caligrafía como arte e identifica talentos en potencia.
“Cuando una persona está aprendiendo y va a las millas le digo que tiene que hacer trazos despacio, sobre todo si está empezando, porque no le va a salir bien en cierta dirección. Cuando ves los calígrafos grandes, con reconocimiento internacional, ellos trabajan despacio, con mucha concentración. En la caligrafía hay una diferencia grande cuando no haces las cosas esmandao”, señala entusiasmada.
Entre primer y octavo grado de escuela, Feliciano tomó clases de escritura en el Colegio San Antonio de Río Piedras, según era la costumbre. “Era una clase con nota y todo, como si fuera Ciencias, Matemáticas o Español. Siempre me llamó la atención. Después, cuando estaba en la Universidad de Puerto Rico, el ‘dios del grabado’, Carlos Marichal, nos mandó a comprar una plumilla y yo, de exagerada, compré un set grande que tenía unas plumillas de caligrafía y un librito de speedball. Así yo empecé”.
De modo autodidacta dio sus primeros pasos en el mundo de las letras hermosas. Cuando su hijo menor era bebé, quiso tomar unas clases de manera formal “porque estaba por mi cuenta y no sabía si lo estaba haciendo bien”. “No tenía quién me criticara ni con quién compararme”, recuerda.
Cuando fui a la primera clase y ese señor empezó a hacer aquellas letras, a mi se me abrieron las puertas del cielo”,
Era la década del ochenta y, en el momento justo, se asomó a la Liga de Arte de San Juan puesto que vendría un calígrafo inglés que residía en Estados Unidos a dar un taller de una semana.
“Cuando fui a la primera clase y ese señor empezó a hacer aquellas letras, a mi se me abrieron las puertas del cielo. Aprendí que medidas específicas dependen de puntas específicas, que la O es la madre del alfabeto porque, de acuerdo a sus dimensiones, se hacen las demás letras. Eso fue una semana completa de aprendizaje”.
No hubo marcha atrás, la caligrafía dejaba de ser un pasatiempo y se convertiría en un trabajo porque le brindaba satisfacción. Su maestro en la Liga de Arte de San Juan fue Guillermo Rodríguez Benítez. “En ese momento él estaba considerado uno de los cinco mejores calígrafos del mundo. Él estaba escogiendo un grupo para dar unos talleres y entonces estuvimos con él en grupos de 10 a 12 personas hasta que murió en el 1989. De ahí yo seguí. Ya yo daba clases de caligrafía en la Universidad del Sagrado Corazón y tuve la oportunidad de ir a una convención en North Carolina, Estados Unidos, donde conocí a Donald Jackson, que fue calígrafo de la Reina Isabel de Inglaterra”.
Un momento. Hemos perdido de perspectiva que la caligrafía es un arte milenario, apreciado con devoción en Asia -especialmente en China donde se cree comenzó a utilizarse en el año 2,600 A.C.- y que aún mantiene múltiples estilos: desde el Occidental y el árabe hasta el japonés. Solo la llegada de la imprenta, con su masificación de caracteres, hizo que mermara un poco el interés general por este arte. Un trazo limpio, bonito y ordenado suele describir a quien lo realiza o lo entrega por lo que todavía es una forma protocolar de comunicación entre dignatarios y gobernantes.
“Ahora en enero tuvimos un taller con Julian Waters, cotizado hoy como uno de los mejores cinco del mundo, en La Casa del Libro. Trabajamos ruling pen, con las que se tiran líneas poco convencionales, se hacen letras bien diferentes y hasta texturas”.
En los talleres se trabajan conceptos como dimensión, textura, agarre de pluma, ángulo, velocidad y forma de trazos, entre otros.
“Pero se hace poco a poco, de una construcción. Entonces cuando aprendes dices ‘no en balde no me sale como a él’. Por lo general estos calígrafos reconocidos son generosos con el conocimiento y contestan sin que les quede nada por dentro; no escatiman en detalles y te dejan folletos y hojas sueltas”.
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La letra de Feliciano quedó grabada en los pergaminos que aquí se han entregado a cinco Premios Nobel: cuatro de la paz y uno de literatura. Oscar Arias, Dalai Lama, Desmond Tutu, Jody Williams y Mario Vargas Llosa. También realizó el que en vida le entregó el Colegio San Ignacio de Loyola al actor Raúl Juliá, los “place cards” en la cena del Papa Juan Pablo II con varios Cardenales durante su visita en el 1984 y desde el 1988 trabaja los “Honoris Causa” que otorga la Universidad de Puerto Rico.
Pero ni por la mente le pasa a Feliciano la noción de que domina la caligrafía. Todavía hay trazos que le sorprende lograrlos. “Ayer, haciendo el borrador en una letra difícil, me salió una A tan maravillosa que la circulé con lápiz y le puse una estrellita porque no podía creer que me salió así”.
Eso le sorprende tanto como el poco interés que despierta este arte en nuestra isla. “Tengo en Facebook montones de calígrafos de todas partes del mundo. Ahora Denis Brown, irlandés, está en San Petersburgo dando un seminario de caligrafía, en Moscú hay un museo fijo de caligrafía, en Bélgica está el European Calligraphy School donde dan clases todo el año. Hay tanta gente haciendo caligrafía buena en todas partes del mundo y me llama la atención que aquí no se encargue para algo más que una invitación de boda o para diplomas. Y eso no tiene que ver con la crisis”.
Por eso Feliciano está en una eterna “misión como Don Quijote”. Quiere que el público expanda sus creencias y vea posibilidades más allá de los sobres y los diplomas, que vea la caligrafía como plantillas pegables con mensajes o dando vida a superficies como accesorios, ropa, paredes o piezas en cristal. Ella, por su parte, usa la caligrafía para trabajar bultos o canvas pequeños con mensajes inspiracionales.
Para muchos, lamenta, la caligrafía es “una pluma que escribe bonito y sola”.
“Hace poco leí un artículo sobre varios estudios que comprueban que cuando uno escribe a mano y en cursivo se desarrolla mejor una parte del cerebro y que cuando los estudiantes toman notas a mano salen mejor en los exámenes. Los que escriben solo del teclado de la computadora me dan mucha pena porque no van a saber cómo desarrollar esas destrezas, una parte de su cerebro no estará funcionando al máximo”.
Al momento Feliciano imparte lecciones de caligrafía en Grupo Italia, espacio situado en el Edificio Mundo de papel en Guaynabo. Los alumnos deben ser mayores de diez años puesto que ya a esa edad han madurado aspectos motores requeridos en ciertas destrezas.
Sus alumnos son profesionales de todos trasfondos, una que otra ama de casa y adolescentes. “Es bueno porque son esponjas”, dice sobre los más jovencitos, “y tuve una estudiante de 89 años buenísima. Prefiero una persona que tiene mucho interés y poca habilidad porque el de mucha habilidad y poco interés interrumpe la clase, está de mala gana y así no da pie con bola. El que le interesa seguirá practicando y echando pa’lante no importa la edad. Lo importante aquí es la práctica y buscar información y ahora es tan fácil con Internet ver lo que se hace en otras partes del mundo”.
Un calígrafo puede escribir sobre casi todo; hasta el hielo. ‘Todo lo que se deje escribir, nosotros lo escribimos, con plumas, palitos de Payco, pinceles, Q-tips, con lo que sea”, dice.
¿Cómo hacen los grafiteros?, pregunto.
“Más o menos”, responde.
“Tengo un grupo ahora que está trabajando ideas para aplicar la caligrafía a los tatuajes. Eso es lo que yo quiero, que se conozca todo lo que se puede hacer”.
Cuando ve una letra poco agraciada en belleza, Feliciano confiesa que se va “en brote”. “Uy sí, y si me preguntan opinión les digo ‘creo que no te voy a contestar'”, culmina entre risas.
Busca más información sobre caligrafía en Puerto Rico en su página de Facebook / Diseño caligráfico. El próximo 2 de abril, a las 2:00 p.m., Feliciano ofrecerá una demostración de caligrafía en la tienda West Elm de Plaza Las Américas.
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