os Mocosos, otro grupo infantil más. Eso pensamos que veríamos los que rondábamos el Paseo La Princesa durante la celebración del Festival de la Palabra en el Viejo San Juan, y nos topamos en la tarima frente a la fuente conque pronto comenzaría el espectáculo de Los Mocosos.
No tengo niños. Tengo sobrinos que cumplen la misma función excepto que cuando se portan mal los regreso a sus padres. Andaba con ellos así que de ver a Los Mocosos no había escapatoria.
Subieron a la tarima ataviados con una mezcla de indumentaria propia de payasos y de rockeros; pensé que así deben ser los grupos infantiles en estos tiempos. La chaqueta en piel negra, a la más fiel usanza rockera, era la última capa que coronaba pantalones a cuadros, capas de superhéroes, zapatos extra grandes, medallas de soldado de plomo y capuchas con cresta mohawk.
Cuando escuché la batería y la guitarra eléctrica sonar mi escepticismo transitó hacia la curiosidad. Esperaba Había una vez un circo, La gallina turuleca, Don Pepito, todas esas canciones que de niños se escucharon en los tocadiscos de esta Isla durante los setenta.
Lo que no esperaba eran los acordes de rock en las pausa, en los inicios o finales de las más inocentes y divertidas canciones infantiles; de momento se asomaba Van Halen o Europe. Los gestos propios de estrellas del rock aparecían de vez en cuando en las caracterizaciones de los payasos/cantantes/músicos y los adultos descifrábamos los códigos.
Andaba con una nena de cinco y un nene de nueve años. La nena brincaba y brincaba. No dejaba de saltar y reír con un repertorio conocido, infalible para activar la energía propia de la niñez. Su sonrisa y sus ojitos felices me tenían derretida.
El varón juega a ser grande y lucha por no disfrutar cosas de pequeños. Reprimía la risa por momentos pero el movimiento de las piernas delataba que el ritmo, como en la bomba, “le estaba entrando por los pies”.
Interacciones cómicas con enredos provocados por definiciones opuestas de palabras provocaban carcajadas en los pequeños. La música seguía con los clásicos infantiles, la batería sonaba, el saxofón, -sí, había saxofón- destacaba. Si entendí bien, algunos de los músicos fueron presentados como Sr. Baeger, Tuki Tuki, el Niño Atocha y Pocillo.
Y recuerde que para contrataciones, piénselo dos veces
Cantaron una canción original (la presentaron como Bicicleta Popó), que resume los malos ratos que provoca cuando se escapa un “prrrrr” en momentos indeseados. Ya en ese momento mi sobrino reía a viva voz y yo, yo estaba feliz. Se me había olvidado que el carro estaba lejos, que debo y no tengo con qué pagar y que el chicungunya sigue a mi acecho.
“Y recuerde que para contrataciones, piénselo dos veces”, dijo el vocalista principal en una de las pausas.
Entonces sucedió algo para lo que no me preparé. Cantaron Susanita, mi Susanita, la canción con la que tanto bailé en mis cumpleaños hasta que llegué a la edad en que ya no era cool divertirme tanto con ella.
Y ahora hago una confesión: me levanté de la silla, bailé y canté. Ahí estaba de vuelta Susanita con su ratón chiquitín que come chocolate y turrón y bolitas de anís. Aún sigue durmiendo cerca del radiador, con la almohada en los pies y sueña que es un gran campeón, jugando al ajedrez.
“Titi, te la sabes”, me dijo mi sobrina feliz de compartir algo conmigo.
Mi sobrino me regaló una sonrisa cómplice. A los dos nos sorprendió la vida y la tarde. La infancia aún late dentro.
Reglas de Desde mi butaca:
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