ue un producto cultural sea el detonante de una microempresa, que esta pueda -no solo sobrevivir- sino además crecer no es un cuento de camino. En estos años en que la precariedad económica es un estado natural en nuestro país, la organización Inversión cultural no ha dejado de capacitar emprendedores culturales para que establezcan y mantengan sus pequeños negocios. Para ser exactos, llevan ocho años lográndolo y si todavía dudas, es hora de que conozcas a Javier Hernández Acosta.
Fundador y presidente de la organización Inversión cultural es su título. También podría describirse como un músico con una amplia capacidad de razonamiento matemático que además es fiel creyente del uso de la cultura para la transformación de un país.
Durante su adolescencia en Ponce, miraba con atención las historias de los salseros de la Fania-All Star, en especial el caso de Héctor Lavoe quien al fallecer en el 1993 estaba en difíciles condiciones económicas.
“Yo estaba decepcionado con eso de que terminaran todos ‘pelaos’ pero a la misma vez quería ser músico así que me dije ‘la música la voy a estudiar por mi cuenta porque eso es algo que nunca voy a dejar así que voy a estudiar Administración de Empresas en la universidad’. Yo siempre estuve tratando de mezclar las dos cosas”, recuerda lo que opinaba en décimo grado de escuela superior.
“Se hablaba de que los músicos eran los buenos y los administradores eran los malos así que pensé ‘hay que tener gente buena en el lado de los malos para que no les roben tanto'”, agrega.
Cursaba un bachillerato en Mercadeo en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras cuando comenzó a administrar Taller Cé, una cooperativa para que músicos y cantautores pudieran mostrar su arte en un café-teatro situado en el casco urbano riopedrense. Era el año 2005.
Hernández recuerda que tras la apertura llegó “una avalancha de proyectos” de personas que interesaban exponer sus propuestas culturales ante el público, aunque no tenían claro cómo. Portando el sombrero de administrador, se sucedían diálogos con ellos como este.
-¿Qué tú quieres hacer?
-Esto se va a llenar.
-¿Por qué crees que se va a llenar, porque tus amigos te pusieron ‘attending’ en Facebook. Mejor vamos a estructurarlo. ¿Cuál es tu público? ¿Cómo vas a promocionar el evento? ¿Cuál es tu presupuesto?
-Lo que entre de la puerta nos lo repartimos.
-¿Pero cómo vas a cubrir los costos de alquiler?
-No sé, vamos a ver, estoy seguro que esto se va a llenar.
“Y después llegaban al show diez personas, que eran familia y entraban de cortesía”, recuerda Hernández, “pero había mucho interés, me daba cuenta que había que crear la conciencia empresarial y darles apoyo. Hubo un tiempo en que Taller Cé abría siete veces a la semana y a los tres años habíamos hecho mil eventos”.
La mentoría fue la lógica aplicada. Con dirección y estructura el primer paso se daba con mayor firmeza y se evitaba la caída estrepitosa. Hernández -quien luego culminó una maestría en Gestión cultural, también en la UPR-Río Piedras, y un doctorado en Desarrollo Empresarial en la Universidad Interamericana- siguió esa máxima para establecer en el 2008 Inversión cultural como un espacio en el que se fomenta el emprendimiento cultural mediante la formación, la investigación y la mentoría a microempresas culturales. Se establecieron en una oficina en el Teatro Shorty Castro en Santurce.
En Puerto Rico existe, insiste Hernández, un ecosistema cultural y creativo que busca cómo crecer.
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Hazel Colón amó sus estudios de Literatura comparada en la Universidad de Puerto en Río Piedras pero no quería perseguir una vida profesional académica. Estudió una maestría en Gestión Cultural en la UPR-Río Piedras y gracias al apoyo del profesor Pedro Reina participó de un internado en la iniciativa Agentes culturales, que ofrece la Universidad de Harvard.
Colón llegó a Iniciativa cultural en el 2013 a hacer unas vacaciones y allí se quedó trabajando como gestora cultural. Este mes se anunció su designación como directora ejecutiva de la organización, un trabajo al que no le teme ni un poquito.
“Llegué a hacer unas vacaciones de tres meses y me quedé”, cuenta, “yo corría la parte non profit de Inversión cultural, la programación de servicios que damos a la comunidad empresarial de creativos. Mi primera encomienda fue formalizar la alianza y encaminar el contrato para pasar a ser parte del Colaboratorio”.
Allí se mudaron. El Colaboratorio es una espacio de trabajo propuesto por Foundation for Puerto Rico y compartido entre varias organizaciones. También situado en Santurce, su diseño favorece los espacios abiertos y aprovecha la iluminación natural. Desde allí opera Inversión cultural que además brinda servicios de contabilidad y administración a sus clientes. Algunos son fijos como es el caso de Teatro Breve, Abracadabra Counter Café, Cambio en clave, Torres Woodworks, Y no había luz y el estudio de Guillermo Domínguez, entre varios. Otros reciben servicios mensuales o cada trimestre. Para ello cuentan con Ángela Sánchez como gerente de proyectos, Dorimar López en administración y finanzas y Leslie Piña en servicios de contabilidad.
No se trata de encajonar la cultura en la gerencia y administración tradicional sino en encontrar un punto medio; no estamos vendiendo pasta de dientes, ni zapatos, no todas las cosas son iguales. Estamos vendiendo experiencias estéticas y simbólicas y eso amerita adaptar las cosas”,
“Justo esa es la virtud de Inversión cultural, tenemos esa sensibilidad desde nuestras formaciones e intereses para bregar con este nicho tan especializado con el que trabajamos”, menciona Colón.
Hernández coincide en la importancia de la sensibilidad ante la propuesta cultural que trae cada gestor. “No se trata de encajonar la cultura en la gerencia y administración tradicional sino en encontrar un punto medio; no estamos vendiendo pasta de dientes, ni zapatos, no todas las cosas son iguales. Estamos vendiendo experiencias estéticas y simbólicas y eso amerita adaptar las cosas. Por eso el proceso de capacitación ha surgido de ese contacto con ellos, no es que mi formación profesional se la vacío a los emprendedores porque esto es una industria bien particular y cuando no hay un vocabulario común chocan con las herramientas de apoyo tradicionales”.
La armonización de la valoración económica y la simbólica son la base del “emprendimiento cultural y creativo”, según propone Hernández. En el 2008 fundó Inversión cultural porque percibía la necesidad de que una plataforma le brindara “apoyo empresarial a los proyectos culturales”.
Creó entonces servicios a la medida para los gestores culturales. Refinaban sus ideas en términos de los objetivos, los recursos y el presupuesto disponibles y el público que perseguían.
“Esa triangulación es un ejercicio de ponderación constante”, menciona Hernández, “primero está lo aspiracional y de ahí tú vas construyendo hasta que haces el prodcuto viable. Somos estupendos yéndonos en viajes, está en nuestra naturaleza, y somos bien pasionales en el cambio que queremos lograr en el mundo pero vamos por escalones mientras cogemos consistencia. Después brincamos desde donde sea”.
Por eso ocurren diálogos como este.
-Quiero hacer un evento que cambie la humanidad porque van a ir cien mil puertorriqueños.
-Perfecto, ¿hay cien mil puertorriqueños para eso que estás proponiendo?
-No. Hay menos, son poquitos.
-Ok, vamos a buscarlos, ya definimos el público, ¿qué recursos tenemos?
-No tenemos nada.
-Pues a lo mejor tenemos que bajar esto un poquito.
Con la triangulación se juega una y otra vez.
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En una isla en la que reportes de prensa indica que se han exiliado más de sesenta mil boricuas en busca de mejores condiciones económicas de vida, Hernández pensó que Inversión cultural debía aplicarse la misma medicina que recetaba. Debía crecer y estar un paso al frente.
“Si hay pocas compañías, vamos a ayudar a crear más. Si el público se acaba, vamos a internacionalizar esas compañías para que puedan hacer alianzas y coproducciones con otras en otros países o en ciudades donde está la diáspora puertorriqueña como Nueva York, Chicago o Boston”, resume su plan de trabajo.
Las nuevas compañías nacen en el Nido cultural, una plataforma que mediante convocatoria selecciona gestores culturales que presenten proyectos e ideas para que puedan participar de talleres de capacitación con especialistas que les guían a establecer su negocio propuesto. Corre dos a tres veces al año en formato de ciclos. Esa fase, que consta de 40 horas de capacitación, se denomina Cimientos del nido.
“Al final los proyectos terminan con un modelo canvas, un resumen ejecutivo y tienen que presentar un business sketch de su idea de negocios”, menciona Colón quien confiesa sentirse especialmente atraída por el Nido cultural.
Luego se seleccionan los proyectos más viables y desde la Incubadora se acompañan en sus primeros pasos. Desde el 2014 se han capacitado 80 emprendedores de todos puntos de la isla.
Hernández coincide con colegas en que se debe reinvertir para engordar el proyecto cultural. La repartición vendrá después y no siempre se traduce en más dinero sino que igual puede significar mejores condiciones de trabajo.
“Ahora todo el mundo está en la precariedad pero si seguimos ayudando, esto en algún momento va a crecer y van a tener recursos. Esta apuesta la hemos manejado desde todos lados: desde la política pública, tratando de impulsar la capacitación, la consultoría a los que ya están; es tratar de todos lados que se dé”.
Amo la tolerancia al riesgo que tienen los culturales y creativos, el nivel de iniciativa y la pasión y creo que si les das otras herramientas, cuando lo combinas, es explosivo. Como no tienen nada que perder, van a hacer sus proyectos como quiera. Cada vez hay más generaciones así”,
Los emprendedores en las artes con los que trabaja no parecen temer al riesgo. Lo comprobó en la tesis que trabajó para completar su grado de maestría.
“Buscaba saber qué herramientas necesitaban para ser exitosos en la vida y la conclusión era que los empresarios tradicionales tiene un montón que aprender de los emprendedores culturales y creativos. Aunque tienen una zona segura, los tradicionales son lentos en la toma de decisiones, poco arriesgados y muy analíticos. Amo la tolerancia al riesgo que tienen los culturales y creativos, el nivel de iniciativa y la pasión y creo que si les das otras herramientas, cuando lo combinas, es explosivo. Como no tienen nada que perder, van a hacer sus proyectos como quiera. Cada vez hay más generaciones así”, describe.
Esas generaciones actuales crean teniendo como aliado el Internet y no esperan por invitaciones del Estado para realizar su trabajo cultural, mucho menos por sus subvenciones o porque cumpla con su responsabilidad social hacia su cultura.
“A ellos solo hay que apoyarlos”, afirma el músico que ha integrado agrupaciones de artistas como Antonio Cabán Vale “El Topo” o Kanny García, entre otros.
Tú tienes que estar un paso adelante del ecosistema para proveer soluciones”,
En países como Holanda, Bélgica, Cuba, Brasil, Japón, Colombia Canadá y Estados Unidos, Hernández ha disertado sobre el emprendimiento cultural y creativo. Ha relatado vivencias locales y ha aprendido otras. Sabe de primera mano que la consistencia es vital para la larga vida de los proyectos culturales y que el Estado tiene un rol de apoyo más presente en dichos países pero no se intimida cuando constata que, muchas veces, detrás de grandes iniciativas culturales hay “dos o tres gatos igual que aquí”.
“Siempre hemos hablado de cómo podemos replicar esos casos de éxito”, detalla Colón aludiendo a compañías como Teatro Breve, “y ahora mismo estamos concentrados en ver cómo podemos internacionalizar estos esfuerzos. El año pasado estuvimos trabajando en investigaciones en Europa sobre mejores prácticas de emprendimiento creativo en ciudades como Barcelona, Budapest, Bruselas, Londres, Viena o París, conociendo casos, documentando, haciendo acuerdos de colaboración global, como en Boston, para ver cómo conectar la Incubadora con ellos. La idea es ver cómo pueden internacionalizarse para ser realmente sostenibles”.
“Tú tienes que estar un paso adelante del ecosistema para proveer soluciones”, afirma Hernández sobre temas como estadísticas para implantar política pública o creación de público.
Al escucharlo parecería que nunca dudó del éxito del proyecto. Pero sí, lo acepta, dudó. “Todo el tiempo”, confiesa con una sonrisa amplia.
Suerte que no se paralizó.
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