i porque caminara más rápido Mía lograba deshacerse de Misma (ya el doppelgänger respondía por dicho nombre). Motetes al hombro, la periodista regresaba a su carro desde la playa. Misma igual iba a su lado, detrás o al frente.
-Al menos es materia, tiene peso y ocupa espacio. Está dejando huellas en la arena -se confirmaba así mismo Mía la existencia de Misma- esta mujer debe ser un experimento.
Se detuvo en seco. El bultó cayó del hombro y lo salvó de la arena con el codo.
-¿Quién te mandó a seguirme? ¿El gobierno?, interrogó a Misma.
-¿Cuál gobierno?, contestó ella con su voz grave.
-Eso es, más de un gobierno quiere saber lo que pasa en esta isla, claro, me imagino. ¿El local? ¿Obama? Ya sé, te mandó Putin o los chinos o el loco de Corea del Norte. ¿Eres alemana?
-Yo soy tú, contestó Misma la verdad con la que vive en paz.
-Nena qué te pasa, ningún yo. Yo soy yo y tú eres tú. Punto. Hay gente que se parece a otra. Me debes haber visto en Facebook y por eso viniste. A menos…,
-¿Qué sea tu gemela idéntica separada al nacer?, dijo Misma.
-Eso. Tengo que ir a casa de mis papás, llegó la hora de la verdad. Déjame sacarte una foto para enseñárselas.
-Yo voy contigo.
-¿Y a tí quién te invitó?
-Un doppelgänger no recibe invitación, decide.
-Espérate que lo estoy ‘googleando’, ¿doppelgänger es con una o dos P? ¿Así le dicen a la gente de tu región?, decía Mía mientras manipulaba el teclado de su celular.
-Da igual.
-Ningún igual, preguntas correctas tienen mayor probabilidad de obtener respuestas correctas.
-Por qué no me preguntas a mi.
A Mía no se le había ocurrido que ese ser que se le apareció en la playa, luciera idéntica a ella y hablara con voz ronca y oraciones cortas tuviera la respuesta. Mejor que no la tuviera. Misma no podía saber más que ella, estar en control de la situación.
-Acaba y dime quién eres y qué quieres para que te vayas por donde mismo viniste. Rapidito.
-Vine a protegerte.
-No veo que tengas alas, angelita de la guarda.
-¿Son un requisito? -preguntó Misma y sostuvo la mirada de Mía- sabía que ibas a ser difícil. Te advierto que mi paciencia es infinita.
-Ves que somos diferentes, dijo triunfal Mía.
-Cuando estamos separadas hay una leve diferencia en la forma de encarar las cosas pero al final del día siempre llegamos al mismo sitio. Yo soy otra tú.
-Todavía no te compro el cuento.
-Si no hubieras puesto en jaque a tu antiguo jefe con eso de que ‘o me da las vacaciones o me voy’ todavía trabajarías en aquel periódico en Nueva York. Yo me hubiera ido el mismo día que tú, pero hubiera renunciado aquel viernes a las ocho de la noche efectivo de inmediato y sin marcha atrás. También yo extrañaba la isla.
La mente de Mía rebobinaba con velocidad. Recordaba la fulminante salida de un trabajo que la ayudó a olvidar su corazón roto, el impulso que provocó el deseo -que aún no reconocía- de regresar a Puerto Rico; de dejar atrás el frío angustiante que congela todo menos las emociones.
-Conoces a mi ex jefe.
-No, te conozco a ti porque eres yo. Y te acompañaré hasta que nos vayamos las dos a otro lugar al final de tu camino aquí.
Incapaz de entender o aceptar, Mía leyó la definición que encontró en Internet, mucho más confiable a sus ojos en ese momento.
-Pero aquí dice que tú apareces para anunciar la muerte. ¿Tú eres la Pelona? ¿Hoy me toca?
-Hoy toca que me conozcas. Ya es hora de que no te sientas sola, insistió Misma mientras cerraba la puerta del carro de Mía en el que se había montado sin invitación.
-Ponte el cinturón, refunfuñó Mía.
ILUSTRACIÓN: A.G. TORRES
*Advertencia: Pura ficción. No inspirado en la vida de nadie.
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