06/09/2014


Gente que se queda

J.R. es un maestro determinado que tiene como meta recuperar una antigua banda escolar aiboniteña. Gabriel Coss documenta el esfuerzo en Armonía


S

iempre he pensado que todo pueblo tiene tres tipos de personas y que gracias a eso conservan algún tipo de orden en el tiempo. Están aquellos que se van y nunca regresan. Se van, y dejan un espacio abierto que otros vendrán a ocupar, toda vez que le recuerdan a los que viven allí que el mundo tiene dimensiones insospechadas.

En segundo lugar están los que se van y regresan. Son los que traen nuevas palabras e imágenes y con ellas nuevas formas de entender el mundo. Sacuden el aire, alteran las rutinas, rompen y deforman, reforman, ocupan con los nuevos aires la serenidad de los espacios.

Y están aquellos que se quedan, que guardan la memoria histórica, que tienen cuerpos y vidas que crecen como si fueran una trenza con su pueblo. Calle y piernas, plaza y manos, la misma cosa.

Sobre estos últimos -sobre todo- trata el nuevo documental de Gabriel Coss, un nombre ya conocido en el mundo del documentalismo y el cine en el País. Titulado Armonía y con una comprometida producción de Yamara Rodríguez bajo Rojo Chiringa, el filme cuenta la historia de la lucha del maestro José R. Aponte -conocido como J.R.- por recuperar la desaparecida banda escolar de la Escuela Intermedia Rafael Pont Flores de Aibonito, que durante años fue el orgullo del pueblo y llegó a posicionarse en primer lugar en importantes competencias en los Estados Unidos.

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En los ensayos de la banda convivieron distintas generaciones de músicos. Nació la sincronía y revivió la química. / Suministrada

Esto gracias al estímulo de la realización del documental y de la promesa de que el saxofonista -hoy día estrella mundial del jazz- Miguel Zenón realizaría uno de los conciertos de su proyecto Caravana Cultural en el abandonado salón de música -único en su clase- de la escuela. La película fue posible gracias a que Coss ganó una propuesta para DocTV Latinoamérica y será estrenada en la televisión puertorriqueña en diciembre a través de Puerto Rico TV -canal 6- como la última entrega de esta temporada de 16 documentales de distintos países de la región.

Recientemente, se hizo una presentación del trabajo en proceso en el Conservatorio de Música de Puerto Rico ante la presencia de trabajadores del cine nacional, así como de la cultura en general. A ellos se sumó el público más importante: los protagonistas de este documental, jóvenes aiboniteños, el maestro y el propio Zenón quienes entregaron su tiempo sin reservas a Coss para que narrara desde el micro una historia que tiene sus resonancias en cada rincón del País.

Porque no es noticia nueva, pero pasa tantas veces sin pena ni gloria, que los programas de educación en artes en nuestro sistema público de enseñanza hoy por hoy son la última prioridad. El documental, por ejemplo, destaca que actualmente la oferta se ha reducido a la mitad; y presenta a un maestro de música retirado hablando sobre el tema con una serie de argumentos tan lógicos pero al parecer tan imposibles de llegar a oídos de los encargados de estas tomas de decisiones.

No pueden cambiar los estudiantes semestre a semestre, en un semestre no haces una banda, no haces una obra de teatro. Estos procesos toman más tiempo

“Si hubiese un solo maestro de arte cuando hacen esos currículos no estarían como están. No pueden cambiar los estudiantes semestre a semestre, en un semestre no haces una banda, no haces una obra de teatro. Estos procesos toman más tiempo, continuidad”, señaló en el filme José “Pucho” Rivera, quien dirigió la banda escolar de Aibonito por décadas.

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E

n Armonía vamos viendo paso a paso cómo este maestro, separado de sus funciones por el peso de la burocracia a pesar de estar más que disponible para educar, se esfuerza por preparar a los músicos Jan Michael Giménez (20), Leonardo Pedrogo (21) y Kaleb Didier Ortiz Diana (20), a la clarinetista Deborah Rivera (17) y el trombonista Arnaldo Colón (29); para que tocaran con Zenón -y los músicos invitados- durante el concierto. Igualmente, se observa al maestro puerta por puerta buscando a las personas que alguna vez pertenecieron a la banda escolar del pueblo para que se prepararan y estuvieran listos para tocar en la pieza final.

Muchos no tocaban su instrumento hace más de 20 o 30 años y aquella tarde llegaron allí; después del abandono y el polvo resucitaron la desaparecida banda escolar.

Armonía

Desempolvar antiguos instrumentos musicales fue parte del rito previo al junte de la banda y Coss lo capturó en el documental. / Suministrada

Todos son aiboniteños, gente que vive allí desde siempre y ha hecho de esas montañas -que se ven enormes en la pantalla- su lugar en el mundo para soñar. Yo también lo soy, aiboniteña digo, y hace años que me desprendí de esas montañas para soñar en otras partes. No porque ahí no se pueda soñar sino porque cada cual tiene sueños con formas distintas, así, como pasa con las nubes.

Pero me sucedió que el día del concierto estuve ahí y en el instante en que el maestro se puso de pie y tocó el pito y poco a poco fueron entrando los músicos caminando con ese ritmo habitual de marchar que tienen las bandas y se escuchó, por fin, un estruendo musical feliz en aquel salón, fue como apretarme un botón que sabía que tenía. Lloré un rato largo.

Pensé en mis primos y en las fotos de ellos con el uniforme de la banda que había en casa de mis abuelos, en la Calle Baldorioty del pueblo. Pensé en lo orgulloso que se sentía abuelo Justo de ver las nenas uniformadas con sus clarinetes. Pensé en las Fiestas Patronales y lo importante que era salir de la casa a tiempo para ubicarnos en un buen lugar en la calle para ver los desfiles. Pensé en la primera vez que me encerré en mi cuarto a escuchar música y en lo increíble que fue sentir ese nivel de intimidad entre el sonido y yo, sin intermediarios. Pensé que la conexión que puede tener un ser humano con la música, con el sonido -y más si es capaz de generarlo- escapa todo lenguaje. Es un asunto entre los nervios, las ondas, lo innombrable y tú. Pensé en la alegría que generó ese instante y en lo mucho que valió la pena todo el esfuerzo, las horas, la frustración porque el virtuosismo es una mezcla de talento, disciplina y tiempo y no siempre se dan las condiciones para que las tres se desarrollen.

Ese día lloré como botando un luto y no pude decirle ni tres palabras al director. Lo abracé y lloré más aún cuando vi a una señora cargando hacia el carro un par de medallas y unas botas blancas del uniforme de la banda. Eran de su hija que ya no vive en el país pero ella llevó esas botas al concierto como símbolo -quiero pensar- de las pisadas que sí se andaron.

Entonces el otro día fui a ver la presentación del documental -casi terminado ya- y desde el primer instante en que se observa al maestro llevando a sus niños a la escuela -pequeños ellos, arrastrando sus bultos de rueditas- otra vez apareció el botón y lloré como si me estuvieran matando.

Nunca había visto las calles de mi pueblo grandes en una pantalla cinematográfica. Nunca había visto lo impresionantes de esas montañas vistas bajo esa lupa que es el cine

Nunca había visto las calles de mi pueblo grandes en una pantalla cinematográfica. Nunca había visto lo impresionantes de esas montañas vistas bajo esa lupa que es el cine. Y bien es sabido que en lo local está lo universal, que no hay mejor forma de entender el universo que mirando a través de un microscopio pero verlo sabiendo que lo que hay ahí tiene que ver contigo te toca ese botón tan extraño, ese botón que te conecta con las personas con las que compartes origen.

Armonía es muchas cosas. Es una denuncia clara sobre la importancia de las artes en la educación, sobre la capacidad de convocatoria y unión que pueden tener, nos deja claro que son las artes los espacios de consenso por excelencia; es la historia de lo excluyente que puede ser nuestro sistema público de enseñanza con aquellos que quieren trabajar, es un testimonio de ese absurdo, es una investigación sensible sobre un capítulo en la historia de un pueblo, sobre la vida de un hombre con sus luces y sus sombras.

Armonía es muchas cosas, pero sobre todo, es un homenaje -sin pretenderlo- a esos que se quedan y quieren construir. Es un aplauso a los que conservan la raíz de esos botones que todos tenemos en algún lugar.

 

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